jueves, 23 de abril de 2015

La lluvia antes de caer, de Jonathan Coe


Jonathan Coe tiene acreditada su capacidad para crear historias de una construcción perfecta, ese tipo de narraciones en la que todos los detalles acaban por tener sentido y los diversos hilos que conforman un argumento terminan por entretejer un conjunto pleno de sentido, sin cabos sueltos. También tiene el talento suficiente para que no se note el entramado y que sus historias fluyan con naturalidad, aunque a veces sucumba a la tentación de mostrar al autor que hay detrás de estas novelas redondas.

Quizá consciente de esta facilidad para la escritura, en La lluvia antes decaer Coe se plantea un reto de difícil resolución. Es más, dos retos, un doble salto mortal, del que sin embargo sale indemne. Habitualmente se compara el arte de la escritura con la música, y en La lluvia Coe explicita esta correlación, pero una simetría que parece abandonada en los últimos tiempos es la que emparenta la narrativa con la pintura, expresada en eso tan pasado de moda que son las descripciones.

Por su parte, Coe no teme parecer pasado de moda ni se arredra ante las dificultades técnicas de la descripción. Así que estructura su novela a partir de veinte fotografías que le sirven como eje conductor de su historia, recreándose en el detallado y minucioso dibujo de escenas estáticas, sin por ello estorbar el desarrollo de la acción. Cada capítulo parte de una foto fija que despierta en la narradora un flujo de recuerdos y sensaciones que conforman una historia familiar triste y repleta de remordimientos.




El otro reto que debe superar Coe es lograr explicar un suceso de apariencia injustificable sin caer ni en la absolución ni en la condescendencia. No se trata ya de hablar de lo que no se puede hablar, sino de dar sentido a través de los antecedentes y de las metáforas más o menos sutiles a un hecho que trastornará las vidas de sus protagonistas para siempre. Es ese endemoniado problema que consiste en contar a quien no quiere escuchar, explicar a quien no puede entender y perdonar a quien no tiene perdón.

Coe no solo sale vivo de estos obstáculos autoimpuestos, sino que esta vez prefiere la contención al deslumbramiento. Su historia es tan dura, tan melodramática que no necesita especular ni seducir al lector con brillanteces sin sentido, sino que se camufla detrás de la voz de la narradora para que sea esta quien haga el trabajo más difícil, tarea en la que deberá ser acompañada por el lector, quien decidirá si se deja llevar por la historia de esta familia desgraciada a la que el pasado parece no permitir dar un paso adelante.

Editorial Anagrama
Traducción de Javier Lacruz

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