Jonathan Coe tiene acreditada su capacidad para crear historias de una
construcción perfecta, ese tipo de narraciones en la que todos los
detalles acaban por tener sentido y los diversos hilos que conforman
un argumento terminan por entretejer un conjunto pleno de sentido,
sin cabos sueltos. También tiene el talento suficiente para que no
se note el entramado y que sus historias fluyan con naturalidad,
aunque a veces sucumba a la tentación de mostrar al autor que hay
detrás de estas novelas redondas.
Quizá
consciente de esta facilidad para la escritura, en La lluvia antes decaer Coe se plantea un reto de difícil resolución. Es más, dos
retos, un doble salto mortal, del que sin embargo sale indemne.
Habitualmente se compara el arte de la escritura con la música, y en
La lluvia Coe explicita esta correlación, pero una simetría que
parece abandonada en los últimos tiempos es la que emparenta la
narrativa con la pintura, expresada en eso tan pasado de moda que son
las descripciones.
Por
su parte, Coe no teme parecer pasado de moda ni se arredra ante las
dificultades técnicas de la descripción. Así que estructura su
novela a partir de veinte fotografías que le sirven como eje
conductor de su historia, recreándose en el detallado y minucioso
dibujo de escenas estáticas, sin por ello estorbar el desarrollo de
la acción. Cada capítulo parte de una foto fija que despierta en la
narradora un flujo de recuerdos y sensaciones que conforman una
historia familiar triste y repleta de remordimientos.
El
otro reto que debe superar Coe es lograr explicar un suceso de
apariencia injustificable sin caer ni en la absolución ni en la
condescendencia. No se trata ya de hablar de lo que no se puede
hablar, sino de dar sentido a través de los antecedentes y de las
metáforas más o menos sutiles a un hecho que trastornará las vidas
de sus protagonistas para siempre. Es ese endemoniado problema que
consiste en contar a quien no quiere escuchar, explicar a quien no
puede entender y perdonar a quien no tiene perdón.
Coe
no solo sale vivo de estos obstáculos autoimpuestos, sino que esta
vez prefiere la contención al deslumbramiento. Su historia es tan
dura, tan melodramática que no necesita especular ni seducir al
lector con brillanteces sin sentido, sino que se camufla detrás de
la voz de la narradora para que sea esta quien haga el trabajo más
difícil, tarea en la que deberá ser acompañada por el lector,
quien decidirá si se deja llevar por la historia de esta familia
desgraciada a la que el pasado parece no permitir dar un paso
adelante.
Editorial
Anagrama
Traducción
de Javier Lacruz
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