jueves, 9 de abril de 2015

Semblanzas, de Pío Baroja


Al hablar de don Benito Pérez Galdós, autor que siempre le mostró su apoyo, Pío Baroja dice que pese a su calidad técnica, había algo de bajo en su espíritu que le impidió alcanzar los niveles de altura artística que se encuentra en Dickens o Dostoievski. Sin entrar en consideraciones personales, esta idea nos parece falsa (sí, don Benito está al mismo nivel que los más grandes novelistas del siglo XIX), pero es que si se utilizara el mismo criterio para valorar la obra de Baroja, mucho nos tememos que esta no saldría muy bien parada, y sin embargo, pese a todo, sigue siendo imprescindible.

En Semblanzas, breves retratos de escritores y artistas de su época, Baroja tiene para todos. Incluso algunas buenas palabras para amigos como Azorín o Silverio Lanza, aunque lo que priman son las críticas y las anécdotas poco favorecedoras para los aludidos, entre los que se encuentran desde miembros de la Generación del 98 sin demasiado interés a jóvenes sobrevalorados como Picasso. El lector, hay que reconocerlo, disfruta con las pullas y las revelaciones de Baroja, y si el libro no sirve como reflejo ecuánime de una época prodigiosa en talentos, al menos se disfruta como uno de esos desahogos en los que el autor podía ser tan franco como despiadado: parece que su maleta de rencores estaba a desbordar.




La mayor parte del conjunto de perfiles reunidos en Semblanzas pertenece a Galería de tipos de la época, la cuarta parte de las memorias de Baroja, pero también se encuentran algunos textos menos conocidos y de valor complementario. El libro se puede entender como una introducción al barojismo o como una compilación de los mejores momentos de su malicia. Pero en cualquier caso se puede apreciar en él ese particular estilo barojiano, despojado y en apariencia poco elaborado. Se podría atribuir a sí mismo lo que dice respecto a Azorín: la búsqueda de la exactitud y de la precisión del lenguaje (no en el sentido gramatical, que le importaba poco).

Y es que, como dice Francisco Fuster en su prólogo, esta galería de personajes también se puede leer como una autobiografía de Baroja, no solo porque en la mayoría de las historias que cuenta el aparece como personaje, sino porque a través de sus opiniones y, no menos importante, de su estilo, al final del libro a quien mejor conocemos es al propio autor. Y quizá no nos apetecería mucho pasar una tarde con él, pero lo que no estaríamos dispuestos a perdernos de ninguna manera es a pasar una tarde con sus libros.

Editorial Caro Raggio

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