Pese
a que el título no parece dejar lugar a dudas, en realidad Napoléon,
de Georges Lefebvre no es una biografía del emperador francés, sino
una historia del consulado y del imperio. Obviamente la figura de
Bonaparte no solo marca todo este periodo, sino que por sí mismo
sirve para reflejar toda una época, pero Lefebvre no se ocupa de
investigar detalles vitales sobre su personaje (nada de su infancia
ni de su formación, el libro se abre con la toma del poder por
Bonaparte), ni se preocupa por cuestiones psicológicas o
costumbristas: no es un retrato, sino una panorámica.
Lefebvre
publicó su libro en 1936, cuando la nueva historia iniciada por la
escuela de los Annales ya había iniciado su revolución
metodológica, influencia patente en el estilo del autor, más preocupado por amplios campos de estudio (sociedad, economía, cultura) que por el tradicional enfoque en fechas y grandes personajes. Pero los postulados teóricos
del historiador en ningún momento le impiden atenerse a los hechos y
limitar el alcance interpretativo de su obra. Así, aunque Lefebvre
se consideraba un historiador marxista, no duda en negar el
determinismo histórico: si Napoleón no hubiera existido, las cosas
habrían sucedido de una manera muy diferente.
De
la misma manera, la honradez intelectual de Lefebvre le impide caer
en los extremos que a menudo han condicionado los estudios sobre
Bonaparte. Aunque se podría considerar un defensor moderado del
emperador, no esconde sus críticas ni obvia el lado más nefasto y
cruel de Bonaparte. Si por una parte el gobierno de Napoleón
contribuyó a crear el Estado moderno, racionalizando la
administración y propiciando avances tan fundamentales como el
Código civil (no en vano llamado comúnmente el Código
napoleónico), también es cierto que la revolución social que
prometió la Revolución francesa nunca llegó a culminarse y con el
tiempo Napoleón se hizo cada vez más conservador y cercano a los
intereses de la aristocracia.
Y
esto por no hablar de su nepotismo sin disimulos y de su despotismo
solo un poco más abierto que el del Antiguo Régimen. Incluso su
indiscutible genio militar, que propició las mayores victorias
conocidas en mucho tiempo, también tuvo su contrapartida desastrosa.
El imperio de los cien días no fue más que un ataque de vanidad
caprichoso cuyas consecuencias fueron una nueva devastación de la
tierra francesa y multitud de muertes innecesarias. Con esta
perspicacia a la hora de pintar los claroscuros, con su devoción al
detalle y al dato exacto, Lefebvre construyó una historia del
imperio que todavía sigue vigente, que se podrá actualizar y
enriquecer, pero difícilmente derribar.
Editorial
Nouveau Monde
No hay comentarios:
Publicar un comentario