Según
un dicho griego, el remordimiento es como el mal olor, después de un
tiempo te acostumbras y acabas por no notarlo. Pero este aforismo no
parece aplicarse a todo el mundo, desde luego no a Patrick Kenzie, el
detective protagonista de las novelas de Dennis Lehane, y tampoco al
propio autor. Si después de doce años de los sucesos relatados en
Desapareció una noche Kenzie tiene que seguir enfrentándose a su
decisión (correcta, pero equivocada), el hecho de que en La últimacausa perdida vuelva a encontrarse en una situación similar y con
los mismos protagonistas deja claro que todavía tiene cuentas
pendientes, al igual que Lehane.
La
cuestión moral que está en el fondo de estas historias paralelas es
tan compleja que su lugar natural parecería encontrarse en manuales
de filosofía, y no en unas novelas negras de apariencia canónica
(investigación detectivesca, violencia explícita, diálogos
cortantes). Pero ya sabemos desde hace tiempo que tras esta capa de
género y su maestría en la construcción de tramas Lehane también
posee un poderoso impulso ético que hace que sus personajes no se
muevan solo por conveniencias del argumento, sino que hay un poso
humano que convierte a Kenzie y Gennaro en seres de carne y hueso,
con sus dudas, sus errores y sus lamentos.
En
el apartado más puramente narrativo, La última causa perdida
funciona como un tiro. Lehane no se anda con rodeos y dispara la
acción desde la primera página, con sus habituales giros
inesperados ya presentes desde la introducción. Aunque el libro
podría leerse de manera independiente, sin duda el lector habitual
de la serie tiene mucho ganado respecto a implicaciones. Como sus
personajes, que con una mirada ya se lo dicen todo, el lector puede
sacar muchas conclusiones de un solo gesto. Y así avanza el
embrollo, con referencias sutiles, golpetazos directos y
(re)encuentros inevitables.
Otro
aspecto que arraiga La última causa perdida en el género negro es
su preocupación por la creación de ambientes y su descripción de
la sociedad, siempre con una visión oscura y algunos destellos de
esperanza. Pero esto que ya se ha convertido en un tópico cansino,
en manos de Lehane recobra fuerza. Precisamente cuando sus personajes
ya están cuesta abajo (aquí Kenzie es el héroe cansado), Lehane
demuestra que con unos pocos apuntes, con alusiones casi de refilón,
se puede hacer un ajustado retrato del mundo que nos rodea sin caer
en el pesimismo de salón tan a la moda.
Pero,
como decíamos, este desarrollo de pura novela negra es solo una
parte de la historia. No es que Lehane se ponga a dar la matraca con
consideraciones morales, pero si que propone interesantes y
controvertidas ideas sobre responsabilidad, justicia y honor. Kenzie
es un tipo duro, pero de esos que siempre mantienen su palabra,
incluso hasta límites que a cualquiera le podrían parecer
exagerados, poniéndose en peligro no solo a sí mismo, sino a los
que más quiere. Pero es que Kenzie más que un detective es como uno
de esos personajes de película del Oeste, salido de Grupo Salvaje, que sabe lo
que tiene que hacer y lo hará caiga quien caiga.
Editorial
RBA
Traducción
de Ramón de España
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