Si
en 2014 se publicaron excelentes estudios históricos que nos
permitieron un mayor conocimiento y nuevas aproximaciones sobre el
origen y desarrollo de la Gran Guerra, era necesaria la aparición de
una novela que estuviera a la altura de esta recuperación de la
memoria del que seguramente sea el acontecimiento más trascendente
en el devenir europeo del último siglo (se podría argumentar
convincentemente que la Segunda Guerra Mundial no fue más que una
consecuencia de la Primera). Y Nos vemos allá arriba parece reunir
todas las condiciones para ser esa novela.
Y
eso que el libro de Pierre Lemaitre arranca precisamente al finalizar
la contienda, cuando un pobre desgraciado se lleva “la última
bala”. Como si de una continuación de Sin novedad en el frente se
tratara, Lemaitre se ocupa de retratar la vida de dos apenas
supervivientes que tienen que apañárselas como pueden en su regreso
a la vida civil, cuando la sociedad parece reservar todo su cariño y
honor a los caídos, sin acordarse en absoluto de los que han
regresado.
Como
no podía ser de otra manera, en Nos vemos allá arriba hay mucho
dolor, rencor y miseria. El mundo que retrata Lemaitre está formado
por miserables, trepas y despiadados hombres de negocios, muy en la
línea de la literatura francesa de la época. Pero también hay
espacio para el humor, reservado a las acotaciones irónicas del
narrador y al retrato de unos personajes a los que trata sin disimulo
con cariño o desprecio, y repartiendo suertes con la generosidad o
el rencor apropiados.
Porque
Lemaitre no tiene empacho en mezclar el rigor histórico en la
descripción de ambientes con el más puro artificio literario. Así,
el malo oficial de la novela, Pradelle, es comparado explícitamente
con el Javert de Los miserables, y su perfecta malicia está
cuidadosamente calculada para formar uno de esos personajes que al
lector le encanta odiar. De la misma manera, se suceden y mezclan
acontecimientos reales con otros puramente ficticios y personajes
basados en figuras históricas con otros salidos de la mente de
Lemaitre o incluso de otras novelas.
Este
juego nunca pretende ser uno de esos artificiosos embustes que tratan
de pasar fabulosas narraciones por historias (por cierto, Lemaitre y
Orejudo pertenecen a la misma categoría de escritores, gozosos y
imparables), sino que es una hábil construcción en la que el
mensaje es tan claro que no hace falta ni detenerse en él. Por eso
el autor tiene espacio para recrearse en la pura narración, en el
placer de desarrollar una buena historia que ha llegado en el momento
más oportuno.
Editorial
Salamandra
Traducción
de José Antonio Soriano Marco
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