miércoles, 25 de febrero de 2015

Tan lejos, tan cerca, de Adolfo Marsillach


A lo largo de las páginas de Tan lejos, tan cerca se repite la frustración de no haber podido asistir a las grandes representaciones dirigidas por Adolfo Marsillach: ni Marat-Sade (de la que ni tan siquiera hay registro grabado, recurso que por muy insuficiente que sea, de algo sirve), ni El Tartufo, ni Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? (de la que al menos hay una película). Como compensación, descubrimos que Marsillach también era un extraordinario escritor, muy personal y algo caótico, dado a la digresión y que combinaba la buena memoria y la capacidad para contar buenas historias, un tesoro que pocas veces se encuentra.

Él mismo cargaba con la frustración de no haber conseguido tal reconocimiento (para el caso, muchos también le negaron la condición de gran actor, o de relevante director de escena, parece que nadie estaba dispuesto a admitir su dominio en más de un campo a la vez), y quizá ya va siendo hora de que se reivindique su calidad como autor. Si en su papel de intérprete mítico solo nos quedan sus participaciones en contadas películas y en algunas series de difícil acceso, y como director teatral ya solo quedan algunos recuerdos y poco más, como escritor todavía podemos disfrutar de un autor que en sus memorias demostró que no solo era un aficionado con pretensiones.




En general, Tan lejos, tan cerca se podría dividir entre las vivencias teatrales de Marsillach (lo cual ya tiene un valor incalculable, fue una de esas personas que de por sí encarnan toda una época) y sus escarceos sentimentales (en algún momento se cuela la voz de Mercedes Lezcano, su última mujer, para advertirle de que el libro se puede convertir en un listado de novias, pero Marsillach asumió que la historia de su vida era en gran parte la historia de las mujeres que había conocido y amado). También habrá algo de política, reflexiones muy afinadas sobre la existencia (siempre con ironía, sin pomposidad) y, como no, un retrato humano de Marsillach y sus circunstancias.

Ante todo, se nos presenta una persona a la que nos hubiera encantado conocer. Marsillach se muestra totalmente sincero (o, al menos, eso parece, con los cómicos nunca se sabe). No se ahorra confesiones que no le dejan en muy buen lugar ni esconde sus enemistades y fobias. Pero se impone la figura de un hombre coherente, que siempre mantuvo sus ideas (y sus ideales). Pese a ello, también se perciben sus contradicciones, las que en cualquier caso habitan en todo ser humano. En cincuenta años de profesión Marsillach se encontró (y desencontró) con todo tipo de personajes, y cuando le llegó el momento de recordar decidió mostrarse tan honrado con lo que pensaba sobre ellos como lo hacía consigo mismo. Puede que siguiendo esta estrategia solo haya un ganador, pero ese ganador es el lector.

Editorial Tusquets

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