¿Pero
dónde se había escondido este Flann O'Brien? Bueno, después de
leer El tercer policía tenemos una buena pista: en la eternidad. No
creemos exagerar si decimos que O'Brien es uno de los escritores
irlandeses (es decir, universales) más originales, audaces y
divertidos del pasado siglo. E cierto que al leer El tercer policía
resulta inevitable acordarse de Beckett (y más concretamente, de
Molloy), y que su estilo se podría resumir un poco
arbitrariamente como “absurdo”, pero sus libros siguen siendo
absolutamente personales.
Ya
en En-Nadar-dos-pájaros descubrimos que O'Brien tenía una
habilidad especial para mezclar realismo y literatura fantástica de
una manera fluida, como si la intersección entre los los dos mundos
fuera algo cotidiano. Pero en El tercer policía esta confusión va
un paso más allá. Guiado por la voz de un badulaque de existencia
incierta, el lector recorrerá caminos en los que las circunstancias
más disparatadas, los personajes más extravagantes, se presentan
con absoluta naturalidad.
Gran
parte del libro, y en apariencia sin venir a cuento, se dedica a la
figura de de Selby, un filósofo o algo parecido con las teorías más
estrambóticas que se puedan imaginar. Sin embargo, estas ideas
disparatadas, acompañadas de un profuso aparato crítico que recoge
las interpretaciones de sus múltiples exégetas, contribuyen a crear
un mundo alucinado en el que todo es posible y ni las leyes de la
física ni de la moral parecen regir. Es, quizá, el mundo de la
literatura.
La
otra trama principal, por decirlo de alguna manera, se centra en una
investigación policial en la que víctimas, culpables y incluso
objetos se intercambian sin seguir ninguna lógica. La obsesión por
las bicicletas, los pasatiempos inconcebibles de los policías, su
descubrimiento de la eternidad, son solo algunos de los episodios más
destacados de una narración sin normas y circular que puede dar pie
a múltiples interpretaciones (no puede faltar la más común: esto
es el infierno), pero que en cualquier caso produce un estado de
lectura convulsionada y de feliz desconcierto.
Editorial
Nórdica
Traducción
de Héctor Arnau
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