Cuando
se escribe de una novela como La joven ahogada dan ganas de empezar
el comentario con una exclamación. Que un libro de género (y, por
tanto, para cierto tipo de gente, “menor”) contenga tantas capas
de lectura, tanta riqueza formal y argumental que se convierte en
inagotable, no solo echa por tierra la diferenciación estándar
entre literatura popular y de calidad, sino que hasta el lector más
abierto de mente necesitará tomar algo de distancia para no caer en
exageraciones.
Pero
es que lo que consigue Caitlín R. Kiernan es trascender (por usar un
término de apariencia grandilocuente) la novela de fantasmas para
construir un relato que desafía las convenciones de la escritura.
Por ejemplo, cuando transcribe diálogos se plantea explícitamente
una fuga de verosimilitud que cualquier lector se ha planteado: ¿cómo
es posible que en una novela (o incluso en un libro de no ficción)
se pretenda reproducir de manera exacta una conversación que tuvo
lugar hace tres años? Y lo mismo con la arbitraria división en
capítulos, o la estructura en actos, o la razón de ser misma del
relato, con principio, desarrollo y fin perfectamente definidos,
construcción artificial que sin embargo ha conquistado a la
realidad.
Con
ser cuestiones importantes, estas se refieren meramente a la forma.
Pero es que Kiernan va mucho más al fondo al tratar de dilucidar las
consecuencias reales de una obra de arte. ¿Hasta que punto es
responsable un creador de lo que sus obras puedan provocar? Si
alguien se suicida después de leer una novela que ha hecho saltar
algún resorte de su alma, ¿es culpa del escritor? Muchas veces se
alaba la literatura por su capacidad terapéutica (y La joven ahogada
sería un ejemplo excelente), pero su lado oscuro, la posibilidad de
que la literatura invoque demonios, ha sido mucho menos transitada.
Como
todo esto es tan sencillo, además Kiernan se atreve a narrar la
historia desde el punto de vista de una esquizofrénica, una loca,
como se califica a sí misma Imp. Sin duda es un recurso con grandes
posibilidades, pero también de una diabólica dificultad para la
autora y que exige del lector no solo una atención permanente, sino
una posición activa en la interpretación de lo narrado. Si el
desempeño del lector es indeterminado, de la autora podemos decir
que salva todas las trampas con una maestría insólita.
Y
quizá lo más extraordinario de todo es que Kiernan despliega toda
su capacidad creativa de una manera natural. Escondida detrás de una
historia de lobos, sirenas y fantasmas, de por sí cautivadora, se
encuentra esa ambiciosa autora capaz de dislocar el mundo. Porque
parece inevitable que al hablar de ella se cite a Lovecraft, Shirley
Jackson o Angela Carter, pero tampoco sería impertinente mencionar a
Joyce, sin ir más lejos. Aunque, después de todo, lo mejor es no
desvelar el secreto. En él se encuentra tanto el corazón del miedo
como la esencia del misterio.
Editorial
Valdemar
Traducción
de Marta Lila Murillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario