martes, 13 de enero de 2015

Un hombre sin aliento, de Philip Kerr


Leemos en una entrevista a Philip Kerr que él mismo se pregunta si no habrá escrito demasiadas novelas de Bernie Gunther. Después de nueve libros protagonizados por este detective berlinés parece una cuestión pertinente. Pero si el atractivo de la serie hace que una y otra vez volvamos a caer en sus garras, después de leer Un hombre sin aliento queda claro que todavía hay Gunther para rato.

Porque después de unos cambios de latitudes que no le sentaron demasiado bien a Bernie, ya en Praga mortal percibimos que Kerr había vuelto a la buena senda, en la que podíamos reconocer el mundo personal y abrumador que con tanto esfuerzo había creado. Y ahora, con Un hombre sin aliento, se confirma la recuperación de las esencias que han hecho de Gunther uno de los personajes más carismáticos de la novela negra contemporánea. 




La trama vuelve a ser tan enrevesada que no vendría mal un listado de dramatis personae, y los acontecimientos históricos tan desbordantes que Kerr vuelve a superar los límites de la literatura de género con planteamientos mucho más ambiciosos. En este caso Gunther se verá en medio nada menos que de la investigación de la masacre de Katyn y de diversos complots para el asesinato de Hitler, todo ello sazonado con unos cuantos crímenes sin sentido, desapariciones misteriosas y apariciones no menos sorprendentes.

Nadie discute la habilidad de Kerr para moverse en estos complejos entramados con soltura. Pero es cierto que a veces, entre tantos vons y tantas tramas paralelas en apariencia independiente, el lector puede perder pie. Solo que Kerr se las arregla para que al final todo tenga sentido. El autor parece disfrutar no solo mareando al lector, sino planteándose a sí mismo retos de casi imposible resolución; pero, al igual que su protagonista, siempre alcanza la mejor solución.

Quizá lo más atractivo de toda la serie sea el nebuloso campo moral en el que se juega la partida. Y en Un hombre sin aliento este mundo absurdo y patético, en el que ya no hay principios inamovibles ni hombres buenos, queda reflejado de manera magistral. Gunther tiene que conciliar su naturaleza justa con un entorno en el que es imposible actuar de manera honrada e incluso el asesinato de un inocente puede parecer justificado. Para Kerr no hay decisiones sencillas, acciones inevitables ni personas inmaculadas.

Como curiosidad, resulta llamativo que un escritor como Philip Kerr, tan bien documentado y habitualmente preciso tanto en aspectos históricos poco conocidos como en descripciones sociales y culturales de todo tipo, en Un hombre sin aliento cometa el error de confundir el catalán con el euskera (un personaje tiene tal don para las lenguas que incluso aprende catalán “algo que casi nadie es capaz de hacer”). Pero incluso este fallo no viene mal para relativizar las cosas.


Editorial RBA
Traducción de Eduardo Iriarte Goñi

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