martes, 7 de enero de 2014

Autobiography, de Morrissey


Se suele decir que es mejor no conocer en persona a un ídolo, porque lo más probable es que el mito se venga abajo. A los seguidores de Morrissey (no a sus apóstoles, que están más allá del bien y del mal) quizá sería apropiado aconsejarles que ni tan siquiera se acerquen a su Autobiografía: su letanía de reproches, acusaciones y pellizcos de monja le retratan como un quejica con el que parecería difícil no ya convivir, sino mantener una conversación.

La primera parte del libro retrata una infancia dickensiana en un Manchester decrépito y sin escapatorias. Probablemente sea la parte más honrada del relato, en la que podemos ver al Morrissey persona antes de que se viera atrapado por su personaje. Ya alcanzada la celebridad, Morrissey sin embargo opta por centrarse en una sucesión de encuentros con famosos (conocí a tal, conocí a pascual), que suelen acabar mal, y que muchas veces ni tan siquiera se refieren a gente realmente relevante (pese a que él los califique como “estrellas mundialmente famosas”, muchos serán desconocidos para el público no anglosajón).




De lo que no cabe ninguna duda es no solo de que Morrissey ha escrito el libro, sino de que tampoco ha admitido ninguna enmienda. Solo así se justifica el largo capítulo sobre su pleito con Mike Joyce, batería de los Smiths, episodio que solo le interesa a él y al que sin embargo dedica casi tanto espacio como a la propia trayectoria de los Smith, desde su inicio hasta su desaparición. Otra molesta costumbre de Morrissey es su necesidad de detallar la posición que alcanzó en las listas de más vendidos cada uno de sus discos... y de sus sencillos. Tampoco se olvida de precisar el número de entrada vendidas en los conciertos de sus exitosísimas giras.

Pero por muy cargante y llorón que sea Morrissey, como pasa con su música, hay algo que impele a leerle. Hay que tener mucha confianza en uno mismo para presentarse con tanto descaro, para situarse en el centro del universo sin pudor. Y la redención ante este egotismo viene en su sentido del humor: sí, es un tío insoportable, pero lo que nos hace reír.


Editorial Penguin

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