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-Agnaca.
Poco
a poco las tinieblas se fueron disolviendo. Primero sintió una luz
cada vez más potente que le llegó a lo más profundo del córtex
prefrontal. Después un intenso zumbido penetró por su oído hasta
escampar en algún lugar cercano al área de Broca.
-Toma,
bebe un poco de agua.
-Sas.
Harker
se incorporó entornando los ojos. Cuando logró focalizar su mirada
sobre una pared desnuda, se llevó las manos a las mejillas e intentó
recomponerse el rostro. Allí fallaba algo, faltaba algún tornillo,
un engranaje se había salido.
-¿Qué
me habéis hecho?
-Te
hemos arreglado.
El
tono parecía amable. Pero después de soltar esa frase consoladora,
la voz había empezado a tararear una canción que Harker, y todo
humano sensible odiaba, una canción sobre arreglar a la gente.
-¡No,
por favor! Sácame una muela, méteme un ojo, arráncame las uñas,
pero esa canción no.
-Bueno,
Harker, tampoco te pongas así, ya me callo.
-Gracias.
Ehmmmm... ¿Me puedes decir quién eres?
Harker
todavía no interpretaba muy bien los signos que le rodeaban, pero la
cara que puso su interlocutor era de evidente estupor.
-No,
Harker, claro que no te puedo decir quién soy.
-Pero
¿eres...?
-Soy
de los buenos... bueno, bueno-bueno, depende de quién lo diga,
supongo, es una cuestión ontológica.
-Por
favor, que tengo un dolor de cabeza que no veo estrellitas, veo
galaxias completas girando a mi alrededor, no me digas cosas como
“ontológica”.
-Tienes
toda la razón, lo siento. La verdad es que es una de esas palabras
que siempre que veo tengo que buscar en el diccionario para recordar
lo que significa. Lo que pasa es que mientras esperaba a que te
despertaras estaba leyendo un artículo sobre la sociedad líquida y
me he encontrado con el término. Exasperado, he buscado una vez más
su significado, y como me has dado pie para usarlo con propiedad,
pues me he dicho...
-¡Basta,
te lo ruego! -Harker tenía lágrimas en los ojos, y ya no eran
debidas al dolor físico-. No más cháchara. Ni canciones horteras.
Ni palabras raras. Ay, amigo Marcel, cómo te añoro-
-No
te pongas así, John. Me pongo en tu lugar y me callo. Solo quería
decirte que estoy aquí para protegerte. Los malos ya no te van a
hacer más daño.
-Siento
no estar en mejores condiciones para apreciar tu humor, pero...
bruoj.
Harker
vomito todo lo que quedaba en su estómago. Pero al menos tuvo la
delicadeza de no hacerlo sobre su sanador, sino sobre el quirúrgico
suelo.
-Bien,
ya lo has echado todo, a partir de ahora solo irás a mejor.
El
tipo podía estar loco, a lo mejor estaba experimentando con él y
cuando recuperará la conciencia plena se encontraría con tres
piernas.
-Esto
-tanteó Harker dubitativo-, ¿qué hora es? Porque no sé si sabes
que tengo una cosa muy importante que hacer en París.
-No
te preocupes, viejo -¿viejo?-, estamos en hora. Tú solo preocúpate
de ponerte bueno, que nosotros nos ocuparemos de todo lo demás.
Harker
no se fiaba en absoluto de su acompañante, que ni tan siquiera se
había dignado a darle un nombre falso, y cuyo rostro transmitía
cierta sensación de enajenación. Pensó en liarse a golpes y salir
corriendo, pero la verdad era que no se encontraba en condiciones ni
de atrapar una mosca.
-Tengo
hambre.
-Tu
pide, que nosotros proveemos.
44
Como
si todo estuviera perfectamente sincronizado, justo cuando Tom daba
el último bocado a la hamburguesa que Henri le había traído, sonó
el timbre. Henri dio un pequeño salto, como si no se lo esperara, y
se dirigió a la puerta, a la que preguntó que quien era. La puerta
permaneció en su mutismo, pero alguien detrás de ella fue más
gentil.
-Soy
Camille. No empieces con tus pamplinas.
Tom,
al que pese a sus ruegos y amenazas Henri no le había desvelado
quién iba a ser su invitada, se sorprendió al encontrarse con una
joven de no más de 30 años y aire alternativo. Su primer
pensamiento fue que se trataba de alguna infiltrada vestida de
camuflaje. Pero no.
-Camille,
este es Tom, un amigo inglés que necesita cierta información. Tom,
esta es Camille, reportera de France-Match y una de las personas
mejor informadas del país.
-¡Te
estás quedando conmigo! -Tom, que había recuperado fuerzas pese a
lo infecto de la hamburguesa que había ingerido, empujó a su
cuñado, que trastabilló y casi acaba en el suelo, si no hubiera
sido por una oportuna pared que alguien había colocado en un lugar
conveniente-. ¡Una periodista! También podías haberme sugerido que
buscara en google. A lo mejor le doy a “voy a tener suerte” y mis
problemas se resuelven de manera milagrosa.
-Pero
qué impertinente eres -dijo Henri que no se había tomado a mal la
efusión de Tom-. ¿Acaso te esperabas un militar que se presentara
aquí con todos sus galones y una espada para ponerse a tu servicio?
Tenemos que mantener esto bajo el radar, y te puedo asegurar que
Camille es la persona indicada.
Esta,
que había presenciado la discusión sin entrometerse y con una
ligera sonrisa socarrona, se sentó en una de las sillas sin tratar
de explicarse.
-Mira,
Camille -dijo Tom tras sentarse él también, mientras que dada la
ausencia de mobiliario Henri tuvo que quedarse de pie-. No sé nada
sobre ti y no tengo nada en tu contra, pero sinceramente, no creo que
puedas serme de mucha ayuda. Me disculpo por la metedura de pata de
Henri.
-Ya
esta bien, ¿no, macho? -dijo Henri, que empezaba a estar algo
molesto-. Si me has llamado es porque confiabas en mí. Pues yo
también confío en Camille.
-Si
eso es verdad -estas fueron las primeras palabras de la periodista,
que dudaba epistológicamente del concepto de verdad-, necesito que
me deis toda la información. Si no, adiós muy buenas.
-¿Todavía
estás a tiempo de publicar la noticia en la edición vespertina?
-preguntó un escéptico Tom.
-Mira
-dijo Camille poniéndose en pie-, yo he venido aquí porque Henri me
ha llamado. Si piensas que sobro, por mí no hay problema.
-No,
Camille, siéntate, por favor -dijo Henri educadamente-. Y tú, ven
conmigo -le indicó a Tom mucho más rudamente.
En
la habitación interior Henri trató de convencer a su cuñado de que
podía confiar en Camille. Había trabajado con ella en numerosas
ocasiones y podía dar fe de su discreción. Además, en la situación
en la que se encontraban tampoco es que tuvieran muchas opciones. Tom
finalmente cedió, pero marcando claramente las líneas rojas que no
se debían cruzar en cuanto a información revelada. De vuelta al
salón, Tom se dispuso una vez más a contar todo el embrollo.
45
¿Por
qué no? Como miles de licenciados en periodismo, Camille no
encontraba ningún trabajo “de lo suyo” y ya llevaba demasiado
tiempo ocupándose de anotar pedidos y de llamar por teléfono a
desconocidos (que no se solían tomar muy bien esta impertinencia).
Por eso cuando en una de sus ya rutinarias búsquedas de trabajo por
internet dio con una oferta en la que se reclamaba a un joven
periodista con conocimientos de cotilleos (así interpretó Camille
lo de “familiarizada con personajes populares y seguidora de
contenidos de información social”), no se amilanó pese a su
sideral desconocimiento del tema.
Tras
superar una entrevista en la que usó sus encantos para soslayar su
falta de preparación (en cualquier caso, una tarde en la peluquería
le sirvió para ponerse al día lo suficiente como para dar el pego)
y pasar un mes a prueba redactando notas banales sobre gente insulsa,
sin llegar a comprender qué interés podía tener ese mundo para la
vecina de enfrente, Camille “entró en plantilla”.
Poco
a poco su talento natural y su habilidad para entablar relaciones
hicieron que fuera asumiendo tareas de mayor calado. En su periodo de
meritoria había conocido a personas de las “altas instancias”
empresariales del país, que no se molestaban en ver aparecer su
nombre junto a la actriz del momento o ante la última luminaria del
artisteo. Estos contactos le vinieron de perlas cuando realizó un
reportaje sobre una excursión de fin de semana a Suiza, una
investigación sobre la implantación de cierta compañía francesa
en Estados Unidos o un perfil sobre el emprendedor del año.
Convertida
en una de las firmas estrella de su revista, Camille tuvo carta
blanca para hacer lo que quisiera. Y eso ya lo tenía claro antes de
empezar sus notas chismosas: Camille quería viajar. Ahora podía
hacerlo dónde quisiera. Su red de contactos se fue ampliando a
personalidades de todo el mundo, encantadas de su presencia y
satisfechas de verse reflejadas en reportajes laudatorios y fotos
favorecedoras, marca de France-Match.
Aunque
ese ambiente no le era tan agradable, Camille también se acostumbró
a frecuentar a la clase política francesa. Nada agrada más a un
ministro francés que la compañía de una bella reportera, y si no
puede casarse con ella, al menos trata de mostrarle su mejor perfil.
En
una de estas fiestas en las que se reunían empresarios y políticos
para hablar de sus cosas y pasárselo bien, Camille conoció a Henri.
Enseguida se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común
(entre otras, el desprecio a la mayoría de las personas que les
rodeaban), y entablaron una animada conversación que les llevó a
irse del palacio donde se celebraba la fiesta para estar más
tranquilos.
Henri
descubrió que Camille estaba al corriente de secretos a los que una
periodista nunca debería haber tenido acceso y de que su
conocimiento de las figuras económicas y políticas del país era
mucho más profundo e íntimo de lo que aconsejaba la seguridad del
Estado. Y le encantó.
A lo
largo de los meses la relación entre ambos se fue estrechando. A
Henri le venían bien algunos de los secretos que Camille podía
compartir con su buen amigo. Así se situaba por delante de los
acontecimientos y podía evitar males mayores o sacar algún
beneficio de su posición. Por su parte, Camille también podía
aprovecharse del material reservado que Henri quería compartir con
ella y de algunos datos sobre gente de primer nivel, que estaría
bien que la opinión pública conociera. Y todos contentos con el
arreglo.
Así
que cuando Tom le habló de su “situación”, el nombre de Camille
se le apareció a Henri como garantía de información veraz y de
primera categoría.
-De
acuerdo -dijo Camille al terminar de contar su historia-. ¿Y qué
quieres de mí?
-Buena
pregunta -dijo Tom-. Pero creo que será mejor que te lo diga Henri.
-Pues...
-Henri se sintió apurado-. Pues... queremos que nos lo expliques.
-Ah,
era solo eso. Vamos a ello.
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