Para algunos historiadores
de las ideas el Romanticismo está en el origen de todos los males.
Su negación de los principios de la Ilustración para caer en la
irracionalidad y el dominio de los sentimientos, abrió un camino
peligroso que, según estos estudiosos, acabaría despertando al
monstruo del totalitarismo. Pero al Romanticismo también se le puede
acusar de pecados más veniales, como la generación de armadas de
quejicas llorosos. Por otra parte, esto tendría su lado bueno, como
el surgimiento de sátiras tan geniales como Abadía Pesadilla.
Thomas Love Peacock
pertenecía por edad a la primera generación de románticos ingleses
(Lord Byron o Keats), e incluso fue amigo de algunos de ellos, como
Shelley, protagonista poco disimulado de Abadía Pesadilla. Quizá
Shelley pensaría “con amigos como estos...”, pero lo cierto es
que, si por algo se caracterizan los autores ingleses es por su
sentido del humor, y Peacock demostró una vez más que ante la
pomposidad, mejor que el sermón redentorista es la burla que desnuda
su ridiculez.
En Abadía Pesadilla nos
encontramos con una parodia de la novela gótica (subgénero del que
ya hablamos a propósito de La abadía de Northanger). En el castillo
que da nombre al libro se reúne un grupo de excéntricos románticos
que ven la vida teñida de negro y que se complacen en el lamento y
el pesimismo. La nociva influencia del Werther ha asolado Europa (e
Inglaterra) y estos poetas y filósofos se entregan a la
desesperación y la melancolía. Aunque aquí tienen nombres como
Lugubrino, Ceñudo o Marioneta, sus nombres reales son bien
conocidos. Cierto que en la lectura actual se pierde algo de la
chispa original, pero las notas de María Cuenca Ramón ayudan a
contextualizar y enterarse de los entresijos que Peacock usó para
divertirse a costa de sus amigos.
Otro punto gracioso de la
novela es que la parte final se convierte en puro vodevil. Peacock
utiliza Stella, de Goethe, como modelo para exponer un juego de
alcobas y amantes que esta vez parecería puramente francés. Porque
todo el libro consiste en realidad en este juego de referencias
cruzadas y puesta en solfa de los principios románticos. El héroe
jura suicidarse a una hora determinada. Pero el reloj atrasa. No, no
atrasaba. Bueno, ya es demasiado tarde.
Editorial
El olivo azul
Traducción
de María Cuenca Ramón
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