La crítica literaria es
una disciplina excéntrica. A poca gente más allá de los
directamente implicados les interesa, y en la mayoría de las
ocasiones queda todavía más rápidamente olvidada que las propias
obras reseñadas. Por eso, para alcanzar un estatus de respetabilidad
y convertirse en una referencia ineludible, hay que tener una
perspicacia y un talento fuera de lo normal. El propio George Steiner
asegura que el crítico Edmund Wilson era el mejor escritor de su
generación. Más allá de corporativismos, algo similar se podría
decir de Steiner.
Porque la escritura de
Steiner destaca en algo no precisamente común en la crítica
académica: la claridad. Sus exposiciones son sencillas, llenas de
referencias y erudición, pero accesible para cualquier lector
interesado en penetrar en las profundidades de la creación
literaria. Su utilización de la lengua es siempre precisa y sus
argumentos se siguen con fluidez. Como es difícil definir en qué
consiste la “buena escritura” lo mejor es recurrir a ejemplos:
Steiner es uno de los más destacados.
Los ensayos recogidos en
Lenguaje y silencio se remontan a los años 60, por lo que el peligro
de caducidad del que hablábamos es patente. Sin embargo, hoy en día
mantienen su vigencia y se pueden seguir leyendo con el mismo
interés. Ya sea a través de comparaciones de traducciones o de la
influencia de la música en la narración escrita, Steiner siempre
descubre algo que se nos había pasado por alto y que enriquece
nuestro conocimiento. Quizá el último apartado, dedicado a la
crítica marxista, es el más afectado por el paso del tiempo, pero
aún así contiene hallazgos y esclarecimientos que siguen siendo
válidos.
Donde más sagaz y
revelador se muestra Steiner es cuando se pregunta por la humanidad
del humanismo. Para qué sirve el arte si el Holocausto demostró que
las personas más cultivadas pueden ser capaces de las mayores
atrocidades. Steiner sostiene que la crítica literaria no debe
limitarse a la valoración, siempre discutible, de los textos, sino
que tiene que preocuparse por su implicación en la vida real, debe
desenmascarar el uso manipulador del lenguaje por parte del poder y
tratar de poner en perspectiva el papel de los intelectuales en la
sociedad. Una tarea que hoy es más perentoria que nunca.
Editorial
Gedisa
Traducción
de Miguel Ultorio, Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar
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