Por muy largo que sea La pequeña Dorrit, si hubiera que glosar sus virtudes, el tomo
resultante debería tener como mínimo diez veces su extensión. Para
un lector habitual la novela es una invitación a pasar horas de
gozo; para un estudioso de literatura, una fuente inagotable de
recursos narrativos; y para un escritor, una llamada a la humildad:
jamás se podrá estar al nivel de Charles Dickens.
Si una buena novela debe
tener un buen personaje protagonista y una gran novela puede tener
dos o tres, en La pequeña Dorrit nos encontramos con una galería
completa de personajes extraordinarios. Todo ellos caracterizados por
un leitmotiv que ayuda a su identificación dentro de la maraña de
la trama, Dickens es capaz de dar el tono ya sea con una coletilla o
con un desarrollo de una penetración psicológica asombrosa. Se sabe
que sus personajes buenos son muy buenos, y los malos muy malos, pero
qué arte hay que tener para que esto no se convierta en una rémora,
sino en una nueva muestra de pericia para saber llegar al lector.
Pero La pequeña Dorrit no
es lo que se entiende por “novela de personajes”, o no solo,
porque también tiene una trama tan perfectamente armada que el
lector puede poner en duda las limitaciones humanas de Dickens.
Sabemos que el libro se publicó originalmente por entregas a lo
largo de casi dos años, pero en el argumento no hay fallas de
importancia, todo parece desarrollarse de manera natural, e incluso
los golpes de efecto tan típicos de la época están resueltos con
gracia. Por ejemplo, uno de los personajes principales desaparece
durante bastantes capítulos, que al lector le pueden parecer
demasiado. Pero cuando este personaje reaparezca, la emoción será
tan grande que se comprende que una vez más Dickens había acertado.
Dickens también se
muestro como un genio absoluto en la creación de ambientes. Como se
suele decir, retrataba los salones más lujosos y las calles más
míseras con igual desenvoltura. Si su presentación de la cárcel de
Marshalsea ya parece una perfecta reducción a escala de la sociedad
británica, sin subrayados ni paralelismos fáciles, después vendrá
ese hallazgo total que es el Negociado de Circunloquios, donde se
podría encontrar el origen de gran parte de la mejor literatura del
siglo XX.
Editorial
Alba
Traducción
de Ismael Attrache y Carmen Francí
No hay comentarios:
Publicar un comentario