En la exaltación
ideológica de los años 60 había poco espacio para la moderación.
Principalmente desde las facultades francesas de Ciencias Humanas se
inició una renovación analítica a menudo influida por el marxismo
que llevó a expresar una cantidad de disparates que hoy en día
parecen casi increíbles (solo por citar uno especialmente
descabellado, el antropólogo Bruno Latour aseguró que Ramsés II no
pudo morir de tuberculosis porque en su época el bacilo de Koch no
había sido descubierto). Pese a su patente ridiculez, Imposturas
intelectuales demostró que algunas de estas teorías descabelladas y
charlatanas sigue teniendo cierta vigencia, curiosamente más en las
universidades de Estados Unidos que en Europa.
Pero no todos los estudios
de esa época fueron grandilocuentes loas a la nada, sino que en
algunos campos la revolución fue real y los nuevos métodos de
investigación y análisis que propiciaron siguen siendo válidos.
Entre los nombres más destacados de ese periodo sigue destacando
Claude Lévi-Strauss, el etnólogo que creo un nuevo sistema de
acercamiento a los pueblos “primitivos” (a partir de él la
palabra tuvo que matizarse con las comillas), y que planteo un
sistema global, el estructuralismo, siempre discutible, pero que dio
pie a interesantísimas innovaciones.
En El pensamiento salvaje
Lévi-Strauss despliega un apabullante muestrario de categorías,
sistemas, y listas para demostrar que los “salvajes” poseen un
pensamiento abstracto desarrollado y unos principios de
estructuración tan complejos como los que pueda tener el mundo
occidental, solo que diferentes. Pero lo más importante es que
Lévi-Strauss no cae en el relativismo. Su aportación principal fue
dar valor a los pueblos “primitivos”, no considerarlos como
sub-humanos, sino pertenecientes a culturas diferentes, sin que ello
suponga una degradación de la importancia de la naturaleza humana.
Efectivamente, en el
eterno debate entre cultura y naturaleza, Lévi-Strauss pone enfasis
en la realidad de esa naturaleza humana que muchos de los
pseudofilósofos de la época negaban. La influencia cultural es
patente, pero ello no impide que cada “raza” (otro término que
perdió sentido) comparta un fondo común. Las referencias, las
tradiciones, los sistemas de comunicación pueden ser distintos, pero
el ser humano siempre es el mismo.
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Traducción
de Francisco González Aramburo
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