lunes, 20 de enero de 2014

Jinete Nocturno (XI)

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Helen podría haberse dormido sin que nadie se diera cuenta. Era una de las habilidades que había aprendido durante su entrenamiento y que había desarrollado en múltiples reuniones de trabajo (incluso le daba la sensación de que, como la mayoría de los participantes en estos simposios compartían su destreza en esta materia, la mitad del auditorio pasaba muchas de estas reuniones en el reino de Morfeo de manera inadvertida).
Pero había decidido que su obligación era permanecer atenta. Lo cierto es que no se enteraba de nada de lo que estaba pasando y que los franceses seguían haciéndole el vació, pero ella era una profesional y no se podía permitir veleidades. Bueno, alguna cabezadita podía permitirse.
En este estado de sopor se encontraba cuando una llamada a su móvil la despejó de golpe. El número era desconocido.
-Clarke.
-Salga a la puerta F.
-¿Quién es?
-Enseguida lo sabrá.
-Como comprenderá...
-¿Quiere ver a Harker? Pues esté en la puerta F en cinco minutos.
La comunicación se cortó. Helen no estaba muy segura de qué hacer, de en quién confiar. Pero estaba claro que los franceses no le iban a ser de ninguna utilidad, así que era mejor arriesgarse.
El permiso para salir de las instalaciones le fue concedido casi con alivio, así que no tuvo ningún problema para salir de la sala de operaciones. Algo más complicado fue encontrar la puerta F, pues el plano del edificio, que se encontraba en cada esquina, como esos indicadores de las salidas de emergencia que hay en los hoteles, era tan confuso como los métodos de investigación de sus colegas gabachos. Pero sabía moverse con seguridad y antes de que se cumplieran los cinco minutos ya estaba en el lugar de la cita.
Exactamente en el momento previsto, apareció un coche de alta gama que se detuvo junto a ella. Para llegar allí había tenido que pasar varios controles de seguridad y procesos de identificación, así que Helen estaba moderadamente tranquila (tampoco es que ahora fuera a confiar en la seguridad francesa por completo).
Una puerta trasera se abrió y alguien la invitó a que se subiera.
-Antes de entrar me gustaría saber con quién estoy tratando.
-Vamos, Clarke, que tenemos prisa.
Ninguna cabeza se había asomado, pero Helen no tuvo ninguna duda en identificar a Beliy, su viejo conocido de los servicios de inteligencia rusos.


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Por edad, Beliy podía haber participado en los gloriosos años del espionaje, durante la Guerra Fría. De hecho, muchos jóvenes aspirantes se le acercaban ya con la boca abierta y le preguntaban con delectación sobre aquella época prodigiosa ya pasada. Beliy ponía su cara de misterio y hacía como si no pudiera contar nada. Lo siento, muchacho, pero hay cosas de las que es mejor no hablar.
Pero en realidad, antes de la caída de la Unión Soviética, Beliy había sido un periodista ajeno a los juegos de espías. Solo después del deshielo, cuando los servicios de seguridad rusos se dieron cuenta de que debían modernizarse, o al menos simularlo, Beliy ingresó en su organización.
Su simpatía natural, su capacidad para camelar a todo tipo de personas y su facilidad para entablar relaciones, le hacían idóneo como “relaciones públicas” de la renovada agencia. Además, su previo trabajo como periodista le había dado tablas para moverse en diferentes ambientes y estar al tanto de lo que se cocinaba en el mundo, y su dominio de varios idiomas facilitaba su movilidad.
Su trabajo siempre se desarrolló fuera de Rusia. Aunque su ilusión había sido entablar un nuevo pacto con los Estados Unidos, ese puesto lo ocupó alguien con mejores relaciones mientras que él tuvo que conformarse con la vieja Europa.
A lo largo de los años viajó por todo el continente y Gran Bretaña tejiendo contactos, mostrando la cara amable del oso ruso y demostrando que tenían las mejores intenciones. Su comportamiento era más propio de un presentador de televisión que el de un anquilosado miembro del aparato, y a la mayoría de los espías, acostumbrados a estar en la sombra y pasar desapercibidos, les encantaba que les tratara como celebridades. En realidad, nadie se tragó el anzuelo de su encanto, solo jugueteaban con él, pero todos terminaban, en alguna medida, hechizados con Beliy.
Uno de sus recuerdos más gratos se situaba en Inglaterra. Los buenos modales de los ingleses y su actitud de benevolencia, por muy fingida que fuera, le llevaron a hacer grandes amigos durante su periplo isleño. El tópico de la taza de té con galletas resultó ser cierto. Beliy estaba fascinado por poder mantener conversaciones civilizadas, llenas de erudición y sazonadas con batallitas. Fue en esos años cuando conoció a Helen Clarke.
Ambos se calaron desde el primer encuentro. Entre ellos surgió una complicidad que, pasando por encima de los mutuos recelos, se convirtió en una verdadera amistad. Siendo conscientes de los límites, sabían que podían confiar el uno en el otro. Y los dos compartían su pasión por la Rusia del siglo XIX y sus grandes novelistas, lo que propiciaba muchas horas de deleite.
Cuando Beliy tuvo que abandonar Londres para hacerse cargo de una nueva misión, sintió de veras el tener que dejar de ver a Helen. Aunque se prometieron permanecer en contacto, lo cierto es que al poco tiempo las ocupaciones de cada uno acabaron por romper la comunicación. Pero los dos guardaron el recuerdo de su colega con aprecio y respeto. Por eso, cuando Helen reconoció a la persona que la invitaba a subir al coche no dudó ni un segundo en que podía confiar en él.


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-¿Qué es ese ruido infernal?
-Espabila, Harker, que los demás ya están en camino.
Después de haber saciado su hambre como si no hubiera mañana, Harker había vuelto a sentirse raro. Intentó interrogar a su proveedor sobre los motivos de su malestar, pero antes de poder elaborar una frase cayó redondo al suelo.
Un tiempo indeterminado después, de nuevo se encontraba totalmene desconcertado.
-¿Cuánto tiempo ha pasado?, ¿dónde estamos? ¿adónde me queréis llevar? ¿quiénes sois vosotros?, ¿esto es una especia de tortura?, ¿estáis intentando volverme loco?, ¿qué juego retorcido es este?
El proveedor, que seguía a su lado, le miró con simpatía.
-No hay nada que me guste más que una buena charla filosófica. Ay, Harker, lo que daría yo por poder sentarme aquí contigo durante toda la tarde y divagar sobre lo divino y lo humano. Solo en intentar explicarte quiénes somos ya podría explayarme durante horas. Y si me permitieras perorar sobre a dónde vamos, vaya, podríamos ver el amanecer y no habría ni empezado.
-Mire, señor proveedor -dijo Harker implorante-. Me duele mucho la cabeza, sin embargo el cuerpo lo tengo insensible. Hoy me han disparado con una ametralladora, me ha pasado un todoterreno por encima, me han drogado, me han envenenado, y todavía tengo que reunirme... bueno, con gente importante. Así que se lo ruego, me pongo de rodillas, se lo suplico, señor proveedor, no me venga con filosofías.
-Totalmente de acuerdo. En serio, Harker ¿Cómo te encuentras? -en apariencia parecía realmente preocupado.
-Pichí pachá.
-¿Crees que estarás bien para la reunión?
-Es que tengo que estarlo.
-Así se habla. En marcha, que tenemos que recuperar el tiempo perdido.


49


-Esto va más allá del “si algo puede ir mal, irá mal”. No había presenciado una concatenación de mala praxis, incompetencia, dejadez, falta de oficio y negligencia así en toda mi dilatada carrera.
-Cuando las cosas se ponen a mal...
-¡Sí, ahora será el destino, o alguna de esas paparruchas!
-No, si yo...
-¡Cállese!
-...
-¡Pero hable! Cuénteme otra vez, y ahora muy despacito todo lo que ha pasado, porque todavía no me lo creo.
-Bueno, pues yo, yo, yo...
-¡Sin tartamudeos, que tenemos prisa!
-A ver...
-¡Adelante!
-Empecemos por Winder. Resulta que se puso en contacto con un compinche, un antiguo miembro de la DGSE ojo al dato. Se las apañaron para salir del hotel sin ser vistos, pero estamos investigando las líneas telefónicas y recopilando datos.
-¡Perfecto! Tienen que vigilar a un solo tipo y dejan que se escape sin tan siquiera dar las buenas tardes. Espero que al vigilante le caiga un buen puro.
-Es un buen tipo, un poco confiado, quizá...
-¡No me diga! Por eso le han puesto a vigilar a un agente perfectamente preparado. Es tan buen tipo que con pedirle las cosas con educación ya lo tienes todo solucionado. A lo mejor hasta les llamó un taxi para que no tuvieran que preocuparse. ¡Cuánta consideración!
-El hecho es que ahora mismo no sabemos dónde están...
-¡Genial! Esta es su ciudad, supuestamente lo tenían todo controlado, todo vigilado, y el inglesito este se las pira sin que sepan olerle el rastro.
-Bueno, es solo cuestión de tiempo. Tenemos a un equipo detrás de él y no dudo que le encontraremos en cualquier momento.
-¡Claro! Cuando esté delante de nuestras narices y lo haya echado todo a perder. ¿Qué hay de Clarke?
-Resulta que la perdimos de vista un segundo y... y... y... Bueno, que se ha esfumado.
-¡Y la tenían en su centro de operaciones! Es que se lo cuentas a cualquiera y no se lo cree. Ni tan siquiera ha tenido que pegar un tiro, ni dar un puñetazo. Sale por la puerta, y adiós muy buenas. Ya entiendo por qué a eso se le llama despedirse a la francesa ¿Cierto?
-Bueno... la verdad es que sí. Pero fue muy sutil.
-¡Sutil mi culo! Y los que entraron a llevársela se pasearon por el cuartel general de los servicios de inteligencia franceses como Pedro por su casa.
-Tampoco es eso...
-¡Cállese! Estoy empezando a preguntarme de qué lado están.
-No, eso no...
-No, si ya sé que lo suyo es pura incompetencia. Solo falta que aparezca por aquí
el inspector Clouseau.
-Fue un despiste. Los responsables ya han sido llamados a capítulo. Todas las agencias tienen sus garbanzos negros.
-¡Pero de qué me está hablando! Esto es un monumento a la ineficacia, una demostración, por si hiciera falta, de que no se puede confiar en vosotros. Supongo que comprenderás que esto deja en el aire todos los planes de colaboración en los que estábamos trabajando.
-No, ya, si...
-¡Que te calles! Ahora dime qué ha pasado con Harker.
-Este... Pues también ha desaparecido del mapa. Después del incidente en la carretera creíamos que ya le teníamos...
-¡Eso! ¿No me dijo que tenía a unos profesionales detrás de él y que ellos se encargarían de eliminarlo?
-Sí, parecía cosa hecha. Pero la cuestión es que ha tenido alguna ayuda externa y se ha evaporado.
-¡Ni me hables!
-Pero no se preocupe, que tenemos algunas pistas sólidas. Le interceptaremos antes de que ponga en peligro la misión.
-¡Ya es demasiado tarde para eso!
-Hombre...
-¡Ni hombre ni mujer! A partir de ahora quedan limitados a labores de apoyo. Vamos, a quedarse sentaditos y mirar. Nuestro hombre ya está en territorio francés. Él se ocupara de todo en adelante. Empezando por Harker.
-Si podemos...
-¡Chitón!


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