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Helen podría haberse dormido sin que nadie se diera cuenta. Era una
de las habilidades que había aprendido durante su entrenamiento y
que había desarrollado en múltiples reuniones de trabajo (incluso
le daba la sensación de que, como la mayoría de los participantes
en estos simposios compartían su destreza en esta materia, la mitad
del auditorio pasaba muchas de estas reuniones en el reino de Morfeo
de manera inadvertida).
Pero
había decidido que su obligación era permanecer atenta. Lo cierto
es que no se enteraba de nada de lo que estaba pasando y que los
franceses seguían haciéndole el vació, pero ella era una
profesional y no se podía permitir veleidades. Bueno, alguna
cabezadita podía permitirse.
En
este estado de sopor se encontraba cuando una llamada a su móvil la
despejó de golpe. El número era desconocido.
-Clarke.
-Salga
a la puerta F.
-¿Quién
es?
-Enseguida
lo sabrá.
-Como
comprenderá...
-¿Quiere
ver a Harker? Pues esté en la puerta F en cinco minutos.
La
comunicación se cortó. Helen no estaba muy segura de qué hacer, de
en quién confiar. Pero estaba claro que los franceses no le iban a
ser de ninguna utilidad, así que era mejor arriesgarse.
El
permiso para salir de las instalaciones le fue concedido casi con
alivio, así que no tuvo ningún problema para salir de la sala de
operaciones. Algo más complicado fue encontrar la puerta F, pues el
plano del edificio, que se encontraba en cada esquina, como esos
indicadores de las salidas de emergencia que hay en los hoteles, era
tan confuso como los métodos de investigación de sus colegas
gabachos. Pero sabía moverse con seguridad y antes de que se
cumplieran los cinco minutos ya estaba en el lugar de la cita.
Exactamente
en el momento previsto, apareció un coche de alta gama que se detuvo
junto a ella. Para llegar allí había tenido que pasar varios
controles de seguridad y procesos de identificación, así que Helen
estaba moderadamente tranquila (tampoco es que ahora fuera a confiar
en la seguridad francesa por completo).
Una
puerta trasera se abrió y alguien la invitó a que se subiera.
-Antes
de entrar me gustaría saber con quién estoy tratando.
-Vamos,
Clarke, que tenemos prisa.
Ninguna
cabeza se había asomado, pero Helen no tuvo ninguna duda en
identificar a Beliy, su viejo conocido de los servicios de
inteligencia rusos.
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Por
edad, Beliy podía haber participado en los gloriosos años del
espionaje, durante la Guerra Fría. De hecho, muchos jóvenes
aspirantes se le acercaban ya con la boca abierta y le preguntaban
con delectación sobre aquella época prodigiosa ya pasada. Beliy
ponía su cara de misterio y hacía como si no pudiera contar nada.
Lo siento, muchacho, pero hay cosas de las que es mejor no hablar.
Pero
en realidad, antes de la caída de la Unión Soviética, Beliy había
sido un periodista ajeno a los juegos de espías. Solo después del
deshielo, cuando los servicios de seguridad rusos se dieron cuenta de
que debían modernizarse, o al menos simularlo, Beliy ingresó en su
organización.
Su
simpatía natural, su capacidad para camelar a todo tipo de personas
y su facilidad para entablar relaciones, le hacían idóneo como
“relaciones públicas” de la renovada agencia. Además, su previo
trabajo como periodista le había dado tablas para moverse en
diferentes ambientes y estar al tanto de lo que se cocinaba en el
mundo, y su dominio de varios idiomas facilitaba su movilidad.
Su
trabajo siempre se desarrolló fuera de Rusia. Aunque su ilusión
había sido entablar un nuevo pacto con los Estados Unidos, ese
puesto lo ocupó alguien con mejores relaciones mientras que él tuvo
que conformarse con la vieja Europa.
A lo
largo de los años viajó por todo el continente y Gran Bretaña
tejiendo contactos, mostrando la cara amable del oso ruso y
demostrando que tenían las mejores intenciones. Su comportamiento
era más propio de un presentador de televisión que el de un
anquilosado miembro del aparato, y a la mayoría de los espías,
acostumbrados a estar en la sombra y pasar desapercibidos, les
encantaba que les tratara como celebridades. En realidad, nadie se
tragó el anzuelo de su encanto, solo jugueteaban con él, pero todos
terminaban, en alguna medida, hechizados con Beliy.
Uno
de sus recuerdos más gratos se situaba en Inglaterra. Los buenos
modales de los ingleses y su actitud de benevolencia, por muy fingida
que fuera, le llevaron a hacer grandes amigos durante su periplo
isleño. El tópico de la taza de té con galletas resultó ser
cierto. Beliy estaba fascinado por poder mantener conversaciones
civilizadas, llenas de erudición y sazonadas con batallitas. Fue en
esos años cuando conoció a Helen Clarke.
Ambos
se calaron desde el primer encuentro. Entre ellos surgió una
complicidad que, pasando por encima de los mutuos recelos, se
convirtió en una verdadera amistad. Siendo conscientes de los
límites, sabían que podían confiar el uno en el otro. Y los dos
compartían su pasión por la Rusia del siglo XIX y sus grandes
novelistas, lo que propiciaba muchas horas de deleite.
Cuando
Beliy tuvo que abandonar Londres para hacerse cargo de una nueva
misión, sintió de veras el tener que dejar de ver a Helen. Aunque
se prometieron permanecer en contacto, lo cierto es que al poco
tiempo las ocupaciones de cada uno acabaron por romper la
comunicación. Pero los dos guardaron el recuerdo de su colega con
aprecio y respeto. Por eso, cuando Helen reconoció a la persona que
la invitaba a subir al coche no dudó ni un segundo en que podía
confiar en él.
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-¿Qué
es ese ruido infernal?
-Espabila,
Harker, que los demás ya están en camino.
Después
de haber saciado su hambre como si no hubiera mañana, Harker había
vuelto a sentirse raro. Intentó interrogar a su proveedor sobre los
motivos de su malestar, pero antes de poder elaborar una frase cayó
redondo al suelo.
Un
tiempo indeterminado después, de nuevo se encontraba totalmene
desconcertado.
-¿Cuánto
tiempo ha pasado?, ¿dónde estamos? ¿adónde me queréis llevar?
¿quiénes sois vosotros?, ¿esto es una especia de tortura?, ¿estáis
intentando volverme loco?, ¿qué juego retorcido es este?
El
proveedor, que seguía a su lado, le miró con simpatía.
-No
hay nada que me guste más que una buena charla filosófica. Ay,
Harker, lo que daría yo por poder sentarme aquí contigo durante
toda la tarde y divagar sobre lo divino y lo humano. Solo en intentar
explicarte quiénes somos ya podría explayarme durante horas. Y si
me permitieras perorar sobre a dónde vamos, vaya, podríamos ver el
amanecer y no habría ni empezado.
-Mire,
señor proveedor -dijo Harker implorante-. Me duele mucho la cabeza,
sin embargo el cuerpo lo tengo insensible. Hoy me han disparado con
una ametralladora, me ha pasado un todoterreno por encima, me han
drogado, me han envenenado, y todavía tengo que reunirme... bueno,
con gente importante. Así que se lo ruego, me pongo de rodillas, se
lo suplico, señor proveedor, no me venga con filosofías.
-Totalmente
de acuerdo. En serio, Harker ¿Cómo te encuentras? -en apariencia
parecía realmente preocupado.
-Pichí
pachá.
-¿Crees
que estarás bien para la reunión?
-Es
que tengo que estarlo.
-Así
se habla. En marcha, que tenemos que recuperar el tiempo perdido.
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-Esto
va más allá del “si algo puede ir mal, irá mal”. No había
presenciado una concatenación de mala praxis, incompetencia,
dejadez, falta de oficio y negligencia así en toda mi dilatada
carrera.
-Cuando
las cosas se ponen a mal...
-¡Sí,
ahora será el destino, o alguna de esas paparruchas!
-No,
si yo...
-¡Cállese!
-...
-¡Pero
hable! Cuénteme otra vez, y ahora muy despacito todo lo que ha
pasado, porque todavía no me lo creo.
-Bueno,
pues yo, yo, yo...
-¡Sin
tartamudeos, que tenemos prisa!
-A
ver...
-¡Adelante!
-Empecemos
por Winder. Resulta que se puso en contacto con un compinche, un
antiguo miembro de la DGSE ojo al dato. Se las apañaron para salir
del hotel sin ser vistos, pero estamos investigando las líneas
telefónicas y recopilando datos.
-¡Perfecto!
Tienen que vigilar a un solo tipo y dejan que se escape sin tan
siquiera dar las buenas tardes. Espero que al vigilante le caiga un
buen puro.
-Es
un buen tipo, un poco confiado, quizá...
-¡No
me diga! Por eso le han puesto a vigilar a un agente perfectamente
preparado. Es tan buen tipo que con pedirle las cosas con educación
ya lo tienes todo solucionado. A lo mejor hasta les llamó un taxi
para que no tuvieran que preocuparse. ¡Cuánta consideración!
-El
hecho es que ahora mismo no sabemos dónde están...
-¡Genial!
Esta es su ciudad, supuestamente lo tenían todo controlado, todo
vigilado, y el inglesito este se las pira sin que sepan olerle el
rastro.
-Bueno,
es solo cuestión de tiempo. Tenemos a un equipo detrás de él y no
dudo que le encontraremos en cualquier momento.
-¡Claro!
Cuando esté delante de nuestras narices y lo haya echado todo a
perder. ¿Qué hay de Clarke?
-Resulta
que la perdimos de vista un segundo y... y... y... Bueno, que se ha
esfumado.
-¡Y
la tenían en su centro de operaciones! Es que se lo cuentas a
cualquiera y no se lo cree. Ni tan siquiera ha tenido que pegar un
tiro, ni dar un puñetazo. Sale por la puerta, y adiós muy buenas.
Ya entiendo por qué a eso se le llama despedirse a la francesa
¿Cierto?
-Bueno...
la verdad es que sí. Pero fue muy sutil.
-¡Sutil
mi culo! Y los que entraron a llevársela se pasearon por el cuartel
general de los servicios de inteligencia franceses como Pedro por su
casa.
-Tampoco
es eso...
-¡Cállese!
Estoy empezando a preguntarme de qué lado están.
-No,
eso no...
-No,
si ya sé que lo suyo es pura incompetencia. Solo falta que aparezca
por aquí
el
inspector Clouseau.
-Fue
un despiste. Los responsables ya han sido llamados a capítulo. Todas
las agencias tienen sus garbanzos negros.
-¡Pero
de qué me está hablando! Esto es un monumento a la ineficacia, una
demostración, por si hiciera falta, de que no se puede confiar en
vosotros. Supongo que comprenderás que esto deja en el aire todos
los planes de colaboración en los que estábamos trabajando.
-No,
ya, si...
-¡Que
te calles! Ahora dime qué ha pasado con Harker.
-Este...
Pues también ha desaparecido del mapa. Después del incidente en la
carretera creíamos que ya le teníamos...
-¡Eso!
¿No me dijo que tenía a unos profesionales detrás de él y que
ellos se encargarían de eliminarlo?
-Sí,
parecía cosa hecha. Pero la cuestión es que ha tenido alguna ayuda
externa y se ha evaporado.
-¡Ni
me hables!
-Pero
no se preocupe, que tenemos algunas pistas sólidas. Le
interceptaremos antes de que ponga en peligro la misión.
-¡Ya
es demasiado tarde para eso!
-Hombre...
-¡Ni
hombre ni mujer! A partir de ahora quedan limitados a labores de
apoyo. Vamos, a quedarse sentaditos y mirar. Nuestro hombre ya está
en territorio francés. Él se ocupara de todo en adelante. Empezando
por Harker.
-Si
podemos...
-¡Chitón!
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