La cuestión del “yo”
ha ocupado a los más grandes científicos de la actualidad,
enredados en un tema tan apasionante como abierto a la discusión. La
propia identidad, las características que conforman la mente, son
cuestiones que todo el mundo se ha planteado, pero para la que pocas
respuestas definitivas se han encontrado. Es un problema tan
fascinante como complejo, tan turbador como propicio para plantear
dudas existenciales en su más estricto sentido. Un tema así, pues,
exigía una novela a la altura, y con El eco de la memoria RichardPowers demuestra que cuando la gran literatura despliega todas sus
capacidades puede situarse a la altura de los textos científicos
tanto en en rigor como en capacidad de hacer reflexionar.
Powers parece sabotearse a
sí mismo llenando su historia de minas antipersona. El inicio (toda
la primera parte, en realidad) es tan áspero que no se nos hace
difícil imaginar que si el manuscrito hubiera llegado de manera
anónima a multitud de editoriales, habría sido rechazado de manera
fulminante. Pero si la lectura se sobrepone a este inicio tan poco
complaciente, el lector se verá recompensado de manera inmediata:
desde el inicio de la segunda parte ya no habrá descenso ni reposo,
todo se vuelve fluido e intrigante.
También el rigor del que
hablábamos puede volverse en su contra. Sería muy fácil que un
autor absorto en la bibliografía científica sobre la mente quisiera
demostrar todo lo que ha aprendido y castigara al lector con un
resumen de los últimos estudios en la materia. Pero Powers sabe
dosificar de manera natural la información sobre el tema. Se nota
que no solo se ha documentado en profundidad, sino que ha asimilado
todo lo aprendido de tal manera que cuando lo utiliza todo parece
justificado, con un sentido narrativo.
El tercer gran escollo,
del que Powers es plenamente consciente, es caer en la novela
filosófica. Esa que apenas necesita una excusa para revelar un
pensamiento profundo (o que al autor le parece como tal). Pero Powers
también evita esta trampa creando personajes de carne y hueso,
personas que le preocupan de verdad (y con él, al lector). No puede
ejercer como el entomólogo distante sin piedad por sus criaturas,
sino que muestra una delicadeza genuina y una compasión que sin
embargo tampoco desdibuja una visión general muy clara.
Uno de estos personajes es
un trasunto apenas disimulado de Oliver Sacks (incluso se parece
físicamente), lo que aún dota de mayor extrañeza a todo el
conjunto y multiplica las implicaciones literarias. Parece como si
Powers se tomara una pequeña venganza sobre Sacks, quien utilizaría
a sus sujetos reales como casos prácticos, para hacer lo mismo con
él. Pero el neurólogo Weber es mucho más que eso. Porque ahí
mismo está la grandeza de este libro: todo es mucho más de lo que
parece, todos somos muchos más. Y no sabemos quién nos puede ayudar
a encontrarnos.
Editorial
Mondadori
Traducción
de Jordi Fibla
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