En términos puramente
estilísticos, se puede considerar La casa en París como una obra
maestra de orfebrería. Cada detalle está cuidado hasta la
exquisitez, cada situación está pulida hasta dejarla
resplandeciente; parecería que cada palabra está tallada a
conciencia. Pero conformarse con este prodigio de escritura sería
perderse lo mejor, quedarse deslumbrado por el brillo del talento
literario sin saber descifrar lo verdaderamente importante de la
novela de Elizabeth Bowen.
Por ejemplo, el personaje
de Henrietta, uno de los niños protagonistas, puede parecer un
simple recurso estructural, un carácter que sirve para dar colorido
y consistencia a algunas partes de la historia que sin ella quedarían
sosas. Pero en absoluto se trata de un comodín, sino que tiene
entidad propia, un fondo denso y además aporta un punto de vista que
enriquece la comprensión de lo que está pasando. Cada personaje
aportará su propia experiencia, su sensibilidad, también sus
limitaciones. Así, poco a poco, el lector irá descubriendo con
amplitud de miradas lo que hay detrás del telón.
Porque la trama puede
parecer muy simple en apariencia (una historia de amor trágica, un
hijo abandonado, un reencuentro dilatado), pero tiene ramificaciones
impredecibles, incluido un giro totalmente inesperado, que choca
todavía más debido al tono contenido de toda la narración. Aunque
lo cierto es que las mejores escenas de la novela son las más
reposadas, casi introspectivas, como aquellas en las que los
enamorados, que no llegan a comprender su pasión y se interrogan por
su plausibilidad, expresan un desconcierto tierno y a la vez
aterrorizado.
Es fácil asociar la
técnica de Bowen a la de los grandes maestros modernistas: el
dominio del punto de vista de Henry James; la desesperanza y
fatalidad de Virginia Woolf; el romanticismo desencantado de Ford
Madox Ford. Pero la vinculación más clara se produce con Katherine
Mansfield. Su delicadeza, su dominio de la insinuación, esa
habilidad para sugerir un trasfondo turbio tras la apariencia de
normalidad y buenos modales. Parecía imposible trasladar la finura
de Mansfield a una novela, pero La casa en París demuestra que Bowen
estaba a la altura del reto.
Editorial
Pre-Textos
Traducción
de Silvia Barbero
No hay comentarios:
Publicar un comentario