Uno de los objetivos de la
investigación histórica debería ser derribar mitos. No se trata de
buscar polémicas o caer en el revisionismo sensacionalista, sino de
iluminar aspectos que se dan por sabidos y que sin embargo pertenecen
al reino de la fantasía o se han convertido en tópicos
recalcitrantes. En La edad de los prodigios Richard Holmes destruye
una de esas ideas asumidas que se han perpetuado a lo largo del
tiempo: el enfrentamiento entre los autores románticos y la ciencia.
Apoyándose en expresiones
descontextualizadas (“Newton ha destruido toda la poesía del arco
iris al reducirlo a los colores del prisma” según Keats, o “se
necesitarían 500 Newton para hacer un Shakespeare o un Milton” de
acuerdo con Coleridge), o en obras desvirtuadas (como la evolución
que tuvo Frankenstein, cuyas popularísimas adaptaciones teatrales y
fílmicas poco tenían que ver con el original de Mary Shelley), se
ha instalado la idea de que la generación romántica fue una enemiga
feroz de cualquier avance científico. Y nada más lejos de la
realidad.
Holmes demuestra que gran
parte de los poetas románticos (el mismo Keats tenía estudios en
medicina) no solo no rechazaba las consecuencias de la Ilustración,
sino que en muchos casos eran apasionados defensores de la
investigación científicas, sobre todo en una época en la que las
implicaciones de estos descubrimientos podían enfrentarse al sistema
establecido y en última instancia propiciaron la muerte de dios, o
al menos su irrelevancia: su existencia ya no era necesaria para
demostrar nada. Precisamente Coleridge, pero también Shelley o Lord
Byron, con su ímpetu, su actitud desafiante ante las convenciones y
sus ansias de saber, se pusieron del lado de la ciencia frente al
oscurantismo y las supersticiones.
Aunque habría que matizar
que Holmes, con algunas excursiones continentales, se limita a
retratar el romanticismo británico. Otra cosa sería el
irracionalista y creador de monstruos romanticismo alemán, aunque
Goethe y sus experimentos de aficionado también validarían la tesis
general. En cuanto a Francia, importantísimo centro intelectual de
la época y referente de muchos de los científicos británicos, se
puede consultar el fabuloso La medida de todas las cosas, de Ken
Alder, en el que también subyace la batalla entre los intentos por
modernizar la sociedad y los intereses que preferían mantener las
cosas en una estable inacción.
Pero el verdadero foco de
atención de Holmes no son los escritores románticos, sino los
científicos románticos. Más allá de una etiqueta oportuna, Holmes
usa este término para caracterizar a unos brillantes e innovadores
investigadores que compartían con sus coetáneos de letras un afán
por ir más allá, la intención de beneficiar a la sociedad en su
conjunto y en algunos de ellos incluso inclinaciones poéticas. Es el
caso de Humphry Davy, uno de los tres protagonistas del libro,
químico eminente, creador de una lámpara para detectar gases que
salvo la vida de innumerables mineros, y poeta aficionado.
El libro de Homes puede
leerse como la biografía de los más grandes científicos británicos
de finales del siglo XVIII y principios del XIX; como un intento de
acercar el mundo de la ciencia a los inexpertos a través de su
explicación histórica; pero también como un libro de aventuras. Y
así comienza, con la primera expedición de James Cook alrededor del
mundo y su estancia en la paradisíaca Tahití. Aquí conocemos al
primero de los héroes del libro, Joseph Banks, el mayor de los
curiosos, siempre inquieto por conocer más, por saberlo todo. Y que
como presidente de la Royal Society hizo todo lo que pudo para que
los grandes misterios del planeta dejaran de serlo.
El tercer gran
protagonista del libro es William Herschel. Con una vida que daría
por sí sola para una extensísima biofrafía, Herschel llegó a
Inglaterra desde Alemania como músico profesional y astrónomo
aficionado para, con la ayuda de su hermana Caroline, convertirse en
no solo el descubridor del planeta Urano, sino en, literalmente, el
descubridor de nuevos mundos. Porque si se puede sintetizar la labor
de Herschel como la del inventor del telescopio moderno o la de
Humprhy Davy como el descubridor de la pila voltaica, en realidad
ambos supusieron mucho más, ellos abrieron un camino que la ciencia
actual todavía transita. Aunque mejor sería decir que ambos
continuaron una carrera de relevos que ha llevado a los grandes
descubrimientos de la humanidad y que continúa en marcha.
Como se puede ver, el
trabajo de Holmes no es sencillo. Sintetiza en un solo libro la vida
de tres gigantes, de una generación única, de una nación en su
mejor momento. Va y viene sin perder en ningún momento la
perspectiva, combina la parte científica del libro con las
implicaciones literarias y sociales sin que se pierda la visión de
conjunto ni el énfasis biográfico. Tiene el ritmo apasionante de
las historias de aventuras, el rigor exigible a un libro de
importantes consecuencias historiográficas y la amenidad del
escritor que sabe cómo mantener la atención del lector no
especializado. La edad de los prodigios es un libro que sin duda
marcará una época en los estudios sobre historia de la ciencia.
Editorial
Harper Press
Edición en
español de Turner
No hay comentarios:
Publicar un comentario