Hay un género muy
característico del cine francés que podríamos calificar como “la
alegría está en el campo”. Quizá se deba al proverbial mal humor
de los parisinos, pero el caso es que hay numerosas películas (desde
la que da el título al género o la reciente Una casa en Córcega,
pasando por la emblemática La fortuna de vivir) que siguen el mismo
patrón: un urbanita de vuelta de todo acaba por circunstancias en un
pueblo perdido donde encuentra la felicidad. En España también
contamos con una larga tradición con este motivo que se remontaría
como mínimo a Menosprecio de corte y alabanza de aldea.
En Todo eso que tanto nos gusta Pedro Zarraluki se atreve a introducirse en este terreno en
apariencia trillado con una inocencia prescriptiva. No se puede
abordar un tema así con cinismo, pero dejarse llevar por el encanto
bucólico puede atraer las más soberbias rechiflas sin que haga
falta ser parisino. Pero Zarraluki logra un equilibrio gradual
gracias a su admirable mano para el matiz y la definición de
caracteres: si no hay prepotencia de la que partir, tampoco hay una
idílica visión del explorador que llega al paraíso.
El tono de Zarraluki es
siempre templado, basculante entre el temeroso hallazgo de la
felicidad (lo que me pasa es demasiado bueno para ser verdad) y la
constante sombra de la pérdida y el arrepentimiento. De hecho el
libro también puede caer en otro género muy transitado, el de la
redención. Pero de algún modo Zarraluki logra transmitir su
entusiasmo al lector, en gran medida apoyado en unos estupendos
personajes: el padre que decide volver a vivir después de la
rendición; la madre que pone elegancia a cada acto de su vida; o el
propio protagonista, en cuesta abajo permanente hasta que descubre
que la mejor solución siempre es la más sencilla. Y los tres
rodeados por los habitantes de un pueblo queridos y vigilados por la
mirada benevolente del autor.
No es casualidad que el
libro empiece con el proyecto de un viaje al Tíbet. Lo que se
produce en el protagonista es una especie de camino de aceptación de
tintes zen. Disfrutar lo que puedes conseguir, no lamentar lo que se
ha quedado atrás, tener la mente abierta para lo que pueda llegar.
En los mejores momentos, esta sensación de placidez también se
transmite al lector. Pero no se trata de una lección de sentido
único, sino de una ruta abierta a la búsqueda de lo que nos hace
felices. Y esto, cada uno tendrá que descubrirlo por su cuenta.
Editorial
Destino
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