Jean Galtier-Boissière no
suele figurar junto a Renard, Gide o los hermanos Goncourt entre los
más importantes diaristas de la literatura francesa, y sin embargo
cualquier aficionado a la historia francesa encontrará su nombre
repetidamente citado: para saber qué ocurrió durante la ocupación
nazi de Francia no hay mejor fuente que sus diarios. Pero su valor
testimonial no debe ocultar que Galtier-Boissière era también un
extraordinario escritor: con una larga carrera como periodista y
novelista, sus diarios de guerra son además de un retrato de una
época un manual de estilo.
En Mon journal dans la
drôle de paix (Mi diario en la paz de broma), continuación de sus
escritos durante la ocupación que abarca de septiembre del 45 a
septiembre del 46, Galtier-Boissière se muestra tan ácido como
implacable con una sociedad que no parece haber aprendido de los
errores que la llevaron a la debacle. Su mayor objetivo son los
comunistas: ahora que se han convertido en los vencedores de la
guerra y símbolo de la Resistencia, no quiere que se olvide el papel
del Partido Comunista Francés durante los años 39-40, cuando
sabotearon los esfuerzos de guerra contra Alemania para favorecer el
pacto de no agresión germano-soviético.
Galtier-Boissière también
incide en la ideología totalitaria que hay detrás del P.C.F. y en
el peligro de su victoria electoral en un momento de inestabilidad e
incertidumbre. Para él hay dos partidos de extrema derecha en
Francia, el oficial y el P.C.F. Y si su máximo dirigente, Maurice
Thorez, ocupa el centro de la diana en sus acusaciones, artistas como
Aragon tampoco se libran de las acusaciones y chanzas de
Galtier-Boissière. Para él, un hombre de izquierdas y profundamente
antinazi, no hay nada más desastroso que convertir a criminales
ignominiosos como Pierre Laval, el primer ministro colaboracionista,
en mártires de la patria debido a la incompetencia de las nuevas
instituciones.
Pero si Galtier-Boissière
se centra en la convulsa situación política de la posguerra
francesa, también tiene espacio para situaciones más frívolas y
divertidas. No tiene empacho en contar cualquier historia sabrosa que
llegue a sus oídos, chistes, cotilleos o maledicencias varias. Sin
embargo, no se produce ningún choque entre grandes temas y
banalidades: su estilo es siempre irónico, sagaz, impertinente.
Pobres de aquellos que tuvieran como enemigo a Galtier-Boissière: no
habría manera de defenderse ante su ingenio.
Editorial
La Jeune Parque
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