Pese a su explícito
título, en Canadá Richard Ford recoge muchos de los mitos que han
formado si no el espíritu estadounidense (qué fastidioso es siempre
referirse a este país sin nombre), al menos sí su literatura. Ya
desde la primera línea de la novela sabremos que se producirá un
atraco. Y en la segunda que habrá asesinatos. Además, la historia
transcurre en Montana, ese espacio abierto del Oeste americano donde
todavía todo parece posible. Y si el espacio es emblemático, el
tiempo, el inicio de los años 60, no lo es menos. ¿Otra novela
sobre el fin del sueño americano? Mucho más.
Porque Canadá sobrepasa
los límites de la literatura localista. Es también una novela de
formación, y sobre todo un intento de comprender la propia vida, de
saber enlazar los momentos culminantes de la existencia a través de
la narración, y de utilizar la pérdida como un medio hacia la
aceptación. En el libro hay varios momentos de extrema
trascendencia, pero lo realmente importante trancurre en los tiempos
muertos. Los sucesos más llamativos se anticipan casi a la ligera,
para que cuando todo explote el lector esté preparado: la acción
se va larvando lentamente, la tragedia se presenta de manera
ineluctible, pero el estilo siempre es contenido y la asimilación
tiene mucho más que el hecho en sí.
El libro está dividido en
tres partes muy diferentes que sin embargo están imbricadas de
manera indeleble. Si al principio asistimos al derrumbe de una
familia y en la segunda al paso precipitado a la independencia a
través de la tragedia, será en la breve última parte cuando todo
cobre sentido. Y esta frase hecha tiene en este libro su máxima
significación. No nos referimos a que se explique lo que hemos leído
antes, sino a que la existencia de su protagonista, marcada por dos
episodios extremadamente perturbadores, es ahora, ya en la parte
final de su vida, cuando puede verse con la perspectiva necesaria y
la sabiduría acumulada para poder entenderse.
Un recurso característico
en Ford es iniciar un diálogo con una pregunta, por ejemplo, y que
la respuesta no llegué hasta tres extensos párrafos después. Es
una muestra de su minuciosidad, de cómo exprime hasta la médula
cualquier matiz de observación o reflexión. Su escritura es de una
densidad al alcance de muy pocos escritores, siempre ambiciosa en los
temas, pero a la vez atenta a los detalles. El lector no puede
saltarse ni una frase, ni tan siquiera relajar la atención: una idea
clave, un pensamiento revelador, una frase redonda puede estar a la
vuelta de la coma. Como el protagonista de Canadá, Ford ha alcanzado
la sabiduría y es lo suficientemente generoso como para compartirla
sin cicatería.
Editorial
Anagrama
Traducción
de Jesús Zulaika
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