Hay algunos lectores que
admiran las novelas de Antonio Muñoz Molina pero a los que se le
atraganta su labor como articulista. Ven en sus columnas un tono
sermoneador, como si te estuviera echando la bronca sin que tuvieras
culpa alguna, que le sitúa en la categoría de “latoso”. El
propio Muñoz Molina diría “aguafiestas”. Es probable que estos
lectores no se acerquen a Todo lo que era sólido, pero harían mal.
Hay cosas que se deben decir, sin pomposidad ni superioridad, de
manera clara y contundente. Y Muñoz Molina lo hace de manera
magistral.
Todo lo que era sólido es
un libro peculiar, a medio camino del estudio histórico (aunque lo
que narra es muy reciente, parecería que se trata de una época
remota que ya casi hemos olvidado) y el reportaje periodístico (pero
utilizando un método periodístico ya también pericletado, riguroso
y atento a los hechos). También se puede ver como un libro
costumbrista, como un repaso a los motivos que nos han llevado al
desastre actual. Pero no es un simple reparto de culpas, es un
intento de aclarar qué hemos hecho mal para tratar de encontrar
soluciones.
En un repaso que no llega
a abarcar ni diez años, el autor pasea por realidades totalmente
diferentes: de la época del pelotazo, cuando España estaba
dispuesta a conquistar el mundo a base de talonario, a un presente
donde domina la incertidumbre y no podemos estar seguros de que lo
que dábamos por hecho se mantenga en pie al día siguiente. Los
políticos se llevan la peor parte en el reparto de
responsabilidades, pero los empresarios y también los ciudadanos
tienen su cuota de culpa. Las señales estaban ahí para quien
quisiera verlas, pero a nadie le gustan los aguafiestas.
Porque Muñoz Molina
señala lo peor y lo mejor de los españoles: afea las ancestrales
taras del país, pero no se conforma con el fatalismo ni la rendición
incondicional. Nada de “como aquí no se vive en ningún sitio”,
pero tampoco “la historia de España es como la morcilla”. En
realidad el libro es una lección de civismo: no plantea grandes
revoluciones ni utopías populistas, sino pequeños cambios de medida
humana: buenos modales, educación, razón. Es un poco como la teoría
de los cristales rotos: empecemos con los pequeños gestos y
acabaremos por tener una sociedad más amable, más instruida y más
justa.
Editorial
Seix Barral
No hay comentarios:
Publicar un comentario