Casa. Campo. Camino.
Las calles se hicieron de
barro
y perdieron sus nombres.
La acera chapoteaba
con una erupción de lodo.
Quedaban, aquí y allá,
restos de nieve
y muñecos navideños
desechos, grotescos en
muecas
de zanahoria y chistera.
Basta un sencillo truco
para convertir los relatos de Eloy Tizón en poemas. Y ni tan
siquiera. En su escritura el estilo cobra tal protagonismo que el
relato casi pierde su función de contar una historia y se transforma
en una sensación, en un ambiente. Pero ojo, que no se trata de un
lirismo elevado, sino más bien lo contrario: lo que transmite más a
menudo es desasosiego, inquietud. Hay algo que jamás se logrará
comprender del todo.
En los momentos más
poderosos de Técnicas de iluminación, como Ciudad dormitorio o El
cielo en casa, Tizón es capaz de transmitir algo que va más allá
del absurdo cotidiano. Es una locura vista desde dentro, con su
propia lógica. Pero tan extrema que se convierte en puro terror. Ese
miedo todavía más espeluznante porque ni tan siquiera tiene
motivos, porque se expresa de una manera despiadada que deja sin
defensas.
Este desquiciamiento está
expresado de una manera depurada. Prevalece la construcción de un
mundo particular, interior y hostil, que repele cualquier intento de
acercamiento. Y sin embargo, hay algo tan próximo en lo que cuenta
Tizón que la experiencia atraviesa las capas protectoras de
invención para llegar a algo sensible, algo que nos atañe de manera
directa. Aún así, la incertidumbre se mantiene, el misterio queda
encerrado en la caja.
Editorial
Páginas de Espuma
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