En una memorable escena de
La torre del homenaje un personaje agrede al narrador, que no quiere
contarle cómo avanza la historia: el lector se siente plenamente
identificado. El ansia por saber más, por conocer el desenlace del
relato, se mezcla con la necesidad de una lectura pausada, atenta a
cada detalle, temerosa de perderse una pista clave. Mientras los ojos
se detienen en cada párrafo con delectación, los dedos plantan
batalla y luchan por pasar página lo antes posible. Imposible
saltarse una sola página, pero todavía más difícil no intentar
meter prisa a los ojos para poder continuar el camino.
Un análisis desapasionado
sería insuficiente. Después de todo, y si se piensa fríamente, la
historia que nos cuenta por Jennifer Egan no tiene nada de
extraordinario: un viajero, un castillo, un incidente turbador en el
pasado. Todo ello mezclado con la historia del propio narrador,
situado en una posición muy diferente. Y sin embargo, Egan se las
apaña para que el lector no tenga ni un momento de respiro. Incluso
llegado el final, ese que, como en las mejores novelas, en realidad
tampoco quiere cruzar, tendrá que dar algunos pasos atrás. Sí, la
clave estaba allí y no había pasado desapercibida.
El secreto puede estar en
algo tan fácil de mencionar como difícil de llevar a la práctica:
la creación de ambientes, la construcción de personajes, el
desvelamiento pautado del misterio. Ese castillo en algún lugar de
Europa puede parecer un cliché, y sin embargo pronto se convertirá
en un lugar inquietantemente real, un lugar que conocemos
perfectamente, que incluso sabemos cómo huele. Ese sueño convertido
en pesadilla que dice el tópico, pero que nos causa un verdadero
desasosiego.
En un plano del relato nos
ponemos en la piel de Danny, perdido en todos los sentidos, tan
pronto héroe como villano, mientras que simultáneamente el punto de
vista es el de alguien en apariencia totalmente ajeno a la historia,
su narrador, que poco a poco se hace tan interesante como su
protagonista. En cuanto al misterio, es mejor no decir nada, que el
lector vaya descubriendo paso a paso y por sí mismo todo lo que se
esconde detrás de este aparentemente convencional cuento para no
dormir.
Novelas como La torre del
homenaje son imprescindible para llevar una saludable vida lectora.
Más allá de experimentaciones, de historias de las de toda la vida,
de modas, de academicismos, un libro que se lee con el entusiasmo
aventurero del lector adolescente, sin prejuicios, sin saber qué
espera a la vuelta de la página. Con un sentido de la imaginación
que nada tiene que ver con ese desfile de criaturas con el que se
suele desvirtuar este término, con una capacidad para crear mundos
que de tan novelescos nos llegan a lo más íntimo, Egan devuelve al
lector más resabiado la ingenua plenitud del descubrimiento.
Editorial
Minúscula
Traducción
de Carles Andreu
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