Al leer un libro como
Trabajos de amor ensangrentados a cualquiera le parecería que
escribir una novela de detectives es pan comido. Unos personajes
carismáticos, una trama retorcida, unos escenarios emblemáticos,
una persecución, alguna historia de amor, y voilà!, ya tenemos la
novela hecha. Y sin embargo qué difícil es que todos estos
elementos no se queden en personajes acartonados, una
trama incoherente, unos escenarios pálidos...
Sigamos con los
ingredientes de la receta perfecta preparada por Edmund Crispin: si Gervese Fen ya ha ingresado en
las antologías de detectives (el tiempo pasa, pero él se mantiene
igual de ingenioso y brillante), aquí aparecen nuevos personajes,
como ese desfile de personajes excéntricos o esas alumnas
libidinosas, que no tiene desperdicio. En el argumento Crispin
introduce un apasionante juego relativo a Shakespeare, manuscritos y
obras perdidas que emocionarán a cualquier aficionado a la lectura,
mientras que del espacio elegido, un internado en la campiña
inglesa, Crispin saca todo el partido imaginable.
Ahí está el talento de Crispin, en transformar los componentes básicos de la
narrativa en deliciosos bocados apropiados para el más exquisito
paladar. El lector se siente cómodo en estos paisajes; reconoce,
aunque sea de manera puramente literaria, esos pubs de pueblo; se
inmiscuye sin reparo en elaboradas discusiones literarias; ejerce de
detective aficionado en busca de ese detalle revelador que parece tan
evidente pero que no acaba de encajar. Pero tan a gusto como está,
tampoco podrá evitar sorprenderse con los giros de la trama.
Como ya dijimos al hablar
de El canto del cisne, para Crispin el forjado detectivesco no deja
de ser secundario. En Trabajos de amor no sería difícil encontrar
lagunas explicativas y algunos saltos de credibilidad que el autor
salva con displicencia. Pero es que al lector tampoco le importa
demasiado que las deducciones se sostengan con alfileres: lo
importante es el tono, la inventiva, la pura diversión que se va
acelerando según pasan las páginas.
Editorial
Impedimenta
Traducción
de José C. Vales
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