Todo aficionado a la
lectura ha imaginado alguna vez que se sumergía entre las páginas
de su libro favorito. La posibilidad de adentrarse en un mundo
fantástico, de conocer a personajes con los que ha confraternizado a
veces de una manera más vívida que con personas reales, es algo así
como un sueño perfecto. Lamentablemente, esto no es posible. Pero
una experiencia que sí habrá tenido es la de quedarse enganchado en
la lectura de una novela y tardar un tiempo en salir del mundo de las
letras. Durante unos instantes, quizá unos minutos, la realidad
pierde su forma para convertirse en algo totalmente diferente. En El caso Jane Eyre Jasper Fforde mezcla ambas situaciones y regala al
lector lo más parecido a una experiencia metaliteraria.
En este mundo imposible de
viajes en el tiempo, personajes ficticios hechos carne y un discurrir
histórico paralelo, se produce un suceso no menos improbable: la
literatura es el centro de la sociedad. Shakespeare es un dios
(bueno, es un dios para todo el mundo, habría que matizar, pues para
algunos aquí ya lo es) y la población se divide entre fanáticos
admiradores de diversos autores. Sin embargo Fforde no idealiza está
situación, el radicalismo de los admiradores no es menos pernicioso
que el de extremistas religiosos o políticos. Todo esto de la
literatura como centro de la vida es muy bonito, pero para el autor
conllevaría las mismas lacras que la vida real: violencia,
intransigencia y destrucción.
Pero esto es solo una
parte colateral de El caso Jane Eyre, donde predomina el buen humor,
la imaginación, la infinita posibilidad de aventuras. Su
protagonista, Thursday Next, no se aleja demasiado del prototipo de
investigadora habitual en la novela negra: un poco amargada,
desilusionada, resuelta e inteligentísima. Pero lo que le pasa no
tiene nada que ver con lo que estamos acostumbrados a leer: su
archienemigo, Acheron Hades, parece un personaje de cómic, disfruta del mal por
el mal y parece indestructible; sus compañeros son peculiares y
excéntricos como ellos solos; sus correrías no tienen el límite de
la verosimilitud como cortapisa al auténtico festival de creatividad
que es esta novela.
Así pues, el lector va de
hallazgo en hallazgo: esa representación semanal de Ricardo III en
el que el público participa activamente; ese tío inventor capaz de
ingeniar los más disparatados aparatos; ese cazador de hombres lobos
y vampiros con su propio punto flaco, ese universo de Charlotte
Brontë visto (literalmente) desde dentro... Y así hasta desbordar
las expectativas más abiertas de mente. No es de extrañar que esta
celebración del disparate sea solo la primera parte de una serie de
aventuras en las que Fforde logra evitar la fina línea que separa el
festín de la imaginación de un pastiche indigesto a base de
ocurrencias.
Ediciones B
Traducción
de Pedro Jorge Romero
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