lunes, 12 de mayo de 2014

El caso Jane Eyre, de Jasper Fforde


Todo aficionado a la lectura ha imaginado alguna vez que se sumergía entre las páginas de su libro favorito. La posibilidad de adentrarse en un mundo fantástico, de conocer a personajes con los que ha confraternizado a veces de una manera más vívida que con personas reales, es algo así como un sueño perfecto. Lamentablemente, esto no es posible. Pero una experiencia que sí habrá tenido es la de quedarse enganchado en la lectura de una novela y tardar un tiempo en salir del mundo de las letras. Durante unos instantes, quizá unos minutos, la realidad pierde su forma para convertirse en algo totalmente diferente. En El caso Jane Eyre Jasper Fforde mezcla ambas situaciones y regala al lector lo más parecido a una experiencia metaliteraria.

En este mundo imposible de viajes en el tiempo, personajes ficticios hechos carne y un discurrir histórico paralelo, se produce un suceso no menos improbable: la literatura es el centro de la sociedad. Shakespeare es un dios (bueno, es un dios para todo el mundo, habría que matizar, pues para algunos aquí ya lo es) y la población se divide entre fanáticos admiradores de diversos autores. Sin embargo Fforde no idealiza está situación, el radicalismo de los admiradores no es menos pernicioso que el de extremistas religiosos o políticos. Todo esto de la literatura como centro de la vida es muy bonito, pero para el autor conllevaría las mismas lacras que la vida real: violencia, intransigencia y destrucción.




Pero esto es solo una parte colateral de El caso Jane Eyre, donde predomina el buen humor, la imaginación, la infinita posibilidad de aventuras. Su protagonista, Thursday Next, no se aleja demasiado del prototipo de investigadora habitual en la novela negra: un poco amargada, desilusionada, resuelta e inteligentísima. Pero lo que le pasa no tiene nada que ver con lo que estamos acostumbrados a leer: su archienemigo, Acheron Hades, parece un personaje de cómic, disfruta del mal por el mal y parece indestructible; sus compañeros son peculiares y excéntricos como ellos solos; sus correrías no tienen el límite de la verosimilitud como cortapisa al auténtico festival de creatividad que es esta novela.

Así pues, el lector va de hallazgo en hallazgo: esa representación semanal de Ricardo III en el que el público participa activamente; ese tío inventor capaz de ingeniar los más disparatados aparatos; ese cazador de hombres lobos y vampiros con su propio punto flaco, ese universo de Charlotte Brontë visto (literalmente) desde dentro... Y así hasta desbordar las expectativas más abiertas de mente. No es de extrañar que esta celebración del disparate sea solo la primera parte de una serie de aventuras en las que Fforde logra evitar la fina línea que separa el festín de la imaginación de un pastiche indigesto a base de ocurrencias.


Ediciones B
Traducción de Pedro Jorge Romero


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