Nos da la impresión de
que a menudo se toma el surrealismo demasiado en serio. Al fin y al
cabo, este movimiento tuvo uno de sus fuertes en la desmitificación
de la historia del arte, casi en los límites de lo paródico. Y sin
embargo, hoy es frecuente encontrarse con análisis que encuentran
una profundidad y una complejidad en sus postulados que pueden sonar
a broma. Desde luego, en Belleza compulsiva Hal Foster no está para
chanzas: para él el surrealismo contenía un corpus ideológico
perfectamente estructurado y desarrollado y tuvo una influencia que
se ha hecho cada vez más patente.
El surrealismo era un
avispero de contradicciones, entre las que se encontraba la no menor
de ser una corriente artística que cuestionaba la función misma del
arte. Aquí hay campo para explayarse. En Belleza compulsiva Foster
no pretende realizar una historia del movimiento, sino que se centra
en su teoría, para él evidente plasmación artística de las ideas
de Freud, y en menor medida del marxismo. En concreto Foster se
centra en el concepto de “siniestro”, clave interpretativa de la
que se vale para desentrañar las a menudo opacas, incongruentes y
perturbadoras creaciones de los surrealistas.
Cuando nos alejamos de sus
obras y nos centramos en sus (abundantísimas) proclamaciones, nos
parece que en el surrealismo hay abundancia de cháchara y de
discusiones bizantinas no pocas veces autojustificatorias (o
excluyentes, pocos movimientos tuvieron tantas divisiones,
expulsiones y peleas cainitas), pero sin una base sólida. Sin
embargo, Foster no se amilana ante boutades y maximalismos y detecta
el fondo intelectual de unos personajes dotados para la provocación
y la ruptura estética, pero, según él, también con un genuino
sentido moral y político.
En cualquier caso, y
dependiendo del punto de vista, el surrealismo se ha impuesto o
banalizado. Cada vez es más común escuchar “esto es surrealista”,
lo que podría indicar incomprensión del término (a menudo se
confunde con “absurdo”), pero también que la vida, tal y como se
entiende en la actualidad, ha sido conquistada por una percepción
surrealista en la que el instinto y los impulsos han ganado la
batalla a la razón. Francamente, más allá de algunos nichos
artísticos y de torres académicas, creemos que no es así. O, por
lo menos, lo esperamos.
Editorial
Adriana Hidalgo
Traducción
de Tamara Stuby
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