Entre las innumerables
divisiones y subdivisiones que conforman la taxonomía de la
literatura, hay una brecha fundamental que diferencia los libros
“realistas” de los “fantásticos”. Cada uno con sus numerosas
ramificaciones, con sus implicaciones filosóficas o sociales, pero
con una contundente separación detectable a primera vista. Pero hay
una estrecha franja en la que ambos estilos se pueden mezclar. Se
trata de esos extraños libros de apariencia confortablemente normal
en los que con absoluta naturalidad se introduce un elemento
inexplicable.
Es difícil conseguir que
esta intromisión no quede como un pegote, que la lectura de una
historia “que podría haber pasado de verdad” no se rompa y
quiebre la suspensión de la credulidad. Por eso casos como el de La hija del veterinario son tan extraordinarios, casi milagrosos. Si en
principio la novela parece una historia dickensiana con una muchacha
miserable y maltratada como protagonista, cuando aparece ese suceso
“paranormal” ni tan siquiera hay un impacto: todo está expresado
con tanta convicción que parece un elemento más de la historia.
Pero lo cierto es que, aún
sin identificar, desde las primeras páginas hay un elemento extraño
que perturba al lector. La escritura de Barbara Comyns es tan sutil
que más que leer entre líneas hay que implicarse directamente para
intentar saber qué se esconde tras las aparentemente transparentes
líneas de acción. Con un uso de la primera persona magistral,
Comyns camufla tras un velo de ingenuidad un relato abierto a las más
diversas interpretaciones.
Tan desconcertante como la
aparición de ese elemento inaudito (que no inverosímil), es la
sucesión de escenas de una crueldad terrible (pocos personajes tan
despreciables habrá en la literatura inglesa, tan abundante en
ellos, como el veterinario) con un sentido del humor tan refinado y a
la vez brutal. Comyns no propicia la comodidad del lector, no
presenta una historia para provocar compasión o sorpresa. Hace algo
mucho más perverso: siembra la inquietud.
Editorial
Alba
Traducción
de Catalina Martínez Muñoz
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