Me acuerdo, no me
acuerdo. No hay manera más honrada de iniciar unas memorias
infantiles, una evocación clara y a la vez incompleta. No se
recuerda el año en que todo sucedió, pero cada detalle de aquella
habitación es nítida, presente. A José Emilio Pacheco no le
preocupa la concreción cronológica, el dato incontrovertible, sino
que se mueve en el campo de las sensaciones: olores, tactos, sabores.
Pero también de las películas de la época, las fotografías, las
revistas de moda. Un mundo que no tiene entidad histórica, pero que
contiene su propia verdad.
Desde su título, Las batallas en el desierto evoca los juegos infantiles, esos juegos
creativos y sin reglas, de apariencia fugaz, pero de una
trascendencia insospechada. El protagonista puede tomarse tan en
serio este juego como para no poder diferenciarlo de la realidad, y
cuando se dé cuenta de las consecuencias descubrirá que su mundo,
en apariencia tan sólido como invariable, puede deshacerse de la
noche a la mañana. Los recuerdos se mezclarán, él crecerá hasta
convertirse en otra persona, pero lo que se hizo no podrá cambiarse.
La trama de Las batallas
en el desierto es tan leve como escasa su extensión. Pero no se
trata tan solo de un libro de sugerencias, de memorias recuperadas,
de evocación de un tiempo pasado en el que todo parecía posible (y
en el que el futuro, el año 2000, era visto como la realización de
la felicidad suprema y universal). También es una novela de
formación, el retrato del momento en el que en niño cobra
conciencia de que sus acciones tienen consecuencias y en el que
empieza a comprender que el mundo de los adultos (sus juegos) tienen
unas reglas propias y a menudo despiadadas.
El estilo de Pacheco es
elegante, conciso, colorido. Pese a su bagaje poético (o a
consecuencia del mismo), no hay nada de lirismo impostado, de
pretensiones elegíacas. Todo es descrito de una manera precisa,
emotiva en su sencillez. En apenas unas líneas, sin abusar del
adjetivo, el autor es capaz de perfilar un personaje, de transmitir
la esencia de un paisaje, de revelar la profundidad de un gesto de
apariencia irrelevante. Y, ante todo, Pacheco consigue adentrarse
en la piel de un niño en permanente estado de desconcierto y
descubrimiento, sensaciones que se trasladan de manera natural al
lector.
Editorial
Tusquets
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