El
aluvión de títulos de novela negra nórdica que ha llegado a las
librerías españolas en los últimos años ha venido acompañado de
un buen puñado de tópicos, siendo uno de los más cansinos aquel
que predica que estos libros destapan “la lado oscuro de la idílica
sociedad escandinava”. Maj Sjöwall y Per Wahlöö, ya considerados
como clásicos del género, no podían escapar a esta
encasillamiento, pero lo cierto es que en El hombre que se esfumó
habría que buscar mucho para encontrar esta crítica social.
Cierto
que hay un crimen, porque si no nos quedaríamos sin novela, pero más
allá del curioso contraste que se produce respecto a Hungría, donde
al parecer apenas había delitos y los pocos que se producían se
resolvían con una celeridad supersónica, no hay mucho más donde
rascar. Lejos de ese tono pretencioso con el que algunos pretenden
cargar la novela negra, Sjöwall y Wahlöö despliegan todas sus
habilidades como maestros del relato criminal y arman un relato
clásico sin fisuras.
Lo
más curioso es que en una novela bastante corta (poco más de 200
páginas), gran parte de la narración está dedicada a seguir los
paseos de su protagonista, Martin Beck, y a acompañarle mientras
come y bebe con asiduidad. En las novela negra, como es sabido, el
secreto no está en la resolución del misterio, sino en la creación
de ambientes, y Sjöwall y Wahlöö, alejados del cómodo territorio
sueco, se las apañan para dibujar una historia de esas en las que
nada es lo que parece, llena de pistas falsas y senderos que conducen
a lugares inesperados.
En
la segunda parte del relato la acción se acelera y entra en juego el
puro método detectivesco. El lector más atento podrá llegar a sus
propias conclusiones sin que se le prive de datos relevantes. La
acumulación de información, los detalles dispersos sin darle mayor
relevancia, convierten la lectura en una juego detectivesco en sí
mismo. Porque aunque decíamos que en la novela negra este aspecto no
es el más relevante, lo más destacable de los libros de Sjöwall y
Wahlöö es que combinan lo mejor de ambos mundos.
Editorial
RBA
Traducción
de Enrique de Obregón, Martin Lexell y Manuel Abella
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