Uno
de los grandes temas de debate a los que se ha tenido que enfrentar
el periodismo moderno es la posibilidad de una mirada objetiva ante
los hechos narrados. Rebecca West, novelista intachable, no
permaneció ajena a esta cuestión, y aunque en los reportajes
incluidos en Un reguero de pólvora siempre mantuvo una perspectiva
personal, lo que más llama la atención de su posición a la hora de
contar los sucesos es su apertura de mente. Como dice Agustín Díaz
Yanes en el prólogo, West fue una de las primeras intelectuales en
criticar el comunismo desde posiciones izquierdistas, y este mismo
compromiso con la verdad se traslada a su forma de escribir y
percibir el mundo: los prejuicios, por muy biempensantes que sean, no
dejan de ser un velo que distorsiona la realidad.
Armada
con esta amplitud de miras, su relato sobre un un juicio por
linchamiento que tuvo lugar en el sur de EE.UU en los años 50, Ópera
en Greenville, se aleja de los postulados liberales más
esquemáticos, que veían en este proceso una farsa, y se fija en
todos los detalles que permiten completar una fotografía más
compleja. A West no se le escapan las circunstancias sociales que
provocan aberraciones como un linchamiento, pero también está
atenta a los rasgos personales de cada individuo. Está claro que hay
buenos y malos, pero cada persona tiene sus propias contradicciones.
Este
aspecto está ampliamente desarrollado en los tres artículos que
West dedicó a la Alemania de posguerra. En el primero de ellos,
centrado en los juicios de Núremberg, la autora mezcla un ambiente
solemne de trascendencia histórica con apuntes paródicos
típicamente ingleses. West no esquiva los grandes temas (como puede
ser la legitimidad de la pena de muerte), pero siempre mantiene un
estilo personal marcado por la ironía. En los otros dos artículos
“alemanes” West analiza el progreso de la sociedad alemana y
sobre todo cuestiona el papel de las fuerzas aliadas, aunque mantiene
la comprensión ante las limitaciones. Es muy fácil criticar, parece
que dice, pero cuando se conoce el meollo de la cuestión, se
entiende el porqué de determinadas decisiones.
Todos
los reportajes están dirigidos a un público americano, pero no
podrían ser más ingleses. En El señor Setty y el señor Hume se
ocupa de un caso de asesinato que desconcertó incluso a los
circunspectos tribunales británicos, mientras que en La mejor
ratonera retrata una historia de espías como si fuera un libro de
Graham Greene. Es digno de admirar cómo West se detiene en aspectos
de apariencia marginal (los lugares por los que han pasado los
protagonistas, personas de importancia limitada) para dibujar un
escenario rico en matices y que permiten al lector sacar sus propias
conclusiones. Porque, como dice la última frase del libro, los
hechos admiten varias interpretaciones.
Editorial
Reino de Redonda
Traducción
de Antonio Iriarte
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