lunes, 17 de noviembre de 2014

Isla, de Alistair MacLeod


La misma paciencia y lentitud que Alistair MacLeod aplicaba a su escritura (menos de una veintena de cuentos y una novela en más de 30 años de oficio) se transmiten a sus relatos. En ellos apenas hay una trama que pueda resumirlos, no hay grandes acontecimientos ni misterios que resolver. Sus cuentos son ante todo un paisaje, el de Cabo Bretón, y unos personajes, todos cortados por el mismo patrón, que viven en sus páginas con las mismas limitaciones y anhelos que fuera de ellas.

Aunque el espacio en el que se desarrollan las historias reunidas en Isla sea Canadá, en muchas ocasiones parece que los personajes de MacLeod sean escoceses. Y no solo por la permanencia del gaélico. Estos duros hombres dedicados a oficios duros que saben lo que hay que hacer y estas mujeres decididas e impetuosas que siempre ejercen como eje de la familia se repiten en todos los cuentos. Como en el comportamiento de estas personas, preocupadas por lo esencial y casi sin tiempo para las alegrías, en el estilo de MacLeod no sobra nada, la depuración está llevada al límite.




En casi todos los relatos el punto de vista es el de un niño o alguien muy joven. Para este narrador la vida no tiene por qué ser tan estrecha como se la presentan sus mayores, pero los obstáculos que encontrará en su camino no serán fáciles de superar. En la búsqueda de la libertad se topará con la rémora de la familia, y si el contraste entre tradición y modernidad puede parecer abstracto, cuando la dicotomía se dilucida entre permanecer fiel a la familia o encontrar su propio lugar, la cosa se complica.

Curiosamente, quizá el mejor relato del libro es precisamente uno de los pocos que tiene a un adulto como centro de la narración, La armonía perfecta. En la escritura poco expansiva de MacLeod, en la que apenas hay espacio para los diálogos o la variedad de puntos de vista, aquí nos encontramos con una historia más elaborada, con más aristas. Antes de enfrentarse a este libro hay que saber qué se tiene delante, porque solo así podrá apreciarse a un autor muy personal, difícil de tratar, y con secretos que habrá que luchar por descubrir.

Editorial RBA
Traducción de Miguel Martínez-Lage e Íñigo García Ureta


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