miércoles, 12 de noviembre de 2014

Reunión en el restaurante Nostalgia, de Anne Tyler


Hacia el final de Reunión en el restaurante Nostalgia, Pearl Tull, la madre sobre la que gravita la familia protagonista y toda la novela, comenta que a ella las desgracias siempre le han parecido cosa de pobres, como esa mujer a la que van a desahuciar y que tiene siete hijos, dos de ellos enfermos y otro en la cárcel. Pero mira a su alrededor y se da cuenta de que todos sus hijos, pertenecientes a la aparentemente confortable clase media, sufren de una desdicha que les ha amargado la vida. Lo que es incapaz de reconocer es que ella sea la causante de esta maldición.

Y es que el personaje de Pearl es de tal complejidad y humanidad que el lector en ningún momento puede encasillarla. En principio puede parecer un monstruo que maltrata a sus hijos, a los que marca de por vida de tal manera que son incapaces de encontrar la felicidad. Pero esa sería solo una de sus caras. Pearl también es una mujer impetuosa y decidida que logra sacar adelante a su familia sin la ayuda de nadie. Es arisca y de trato difícil, pero también la persona que siempre estará allí cuando se la necesite. Solo por haber construido este personaje Anne Tyler ya podría ser considerada como una de las mejores escritoras de su generación.




El estilo de Tyler se caracteriza por esta riqueza en los retratos de los personajes. Todos son seres vivos reconocibles, con su lado bueno y su parte oscura. Los acontecimientos de su vida no parecen gran cosa, no hay aventuras ni grandes sucesos, pero es que así es la vida. Tyler tiene algunas obsesiones muy personales que suele repetir en sus novelas, como las dificultades matrimoniales, pero nunca se deja llevar por el sentimentalismo o la grandilocuencia. Como los realmente grandes autores americanos, su gran novela no es sobre temas más grandes que la vida, sino tan cotidianos que cualquier lector puede sentirse identificado.

Una escena que se repite en Reunión en el restaurante Nostalgia son precisamente esas comidas familiares que por un motivo u otro nunca llegan hasta el final. La dificultad para decir la verdad, la incapacidad casi física para sincerarse con el otro. Ni tan siquiera son mentiras, porque todo el mundo sabe lo que hay detrás de esa falta de comunicación. Pero siempre hay una carencia, una imposibilidad de hacer lo que realmente se quiere. Y sin embargo, como pasa con la nostalgia, el sentimiento que prevalece no es el de la decepción, pues en algún momento, quizá tan intrascendente como el observar un abejorro, se alcanza la percepción de la plenitud.

Editorial Lumen
Traducción de Aurora Echevarría

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