Hacia
el final de Reunión en el restaurante Nostalgia, Pearl Tull, la
madre sobre la que gravita la familia protagonista y toda la novela,
comenta que a ella las desgracias siempre le han parecido cosa de
pobres, como esa mujer a la que van a desahuciar y que tiene siete
hijos, dos de ellos enfermos y otro en la cárcel. Pero mira a su
alrededor y se da cuenta de que todos sus hijos, pertenecientes a la
aparentemente confortable clase media, sufren de una desdicha que les
ha amargado la vida. Lo que es incapaz de reconocer es que ella sea
la causante de esta maldición.
Y
es que el personaje de Pearl es de tal complejidad y humanidad que el
lector en ningún momento puede encasillarla. En principio puede
parecer un monstruo que maltrata a sus hijos, a los que marca de por
vida de tal manera que son incapaces de encontrar la felicidad. Pero
esa sería solo una de sus caras. Pearl también es una mujer
impetuosa y decidida que logra sacar adelante a su familia sin la
ayuda de nadie. Es arisca y de trato difícil, pero también la
persona que siempre estará allí cuando se la necesite. Solo por
haber construido este personaje Anne Tyler ya podría ser considerada
como una de las mejores escritoras de su generación.
El
estilo de Tyler se caracteriza por esta riqueza en los retratos de
los personajes. Todos son seres vivos reconocibles, con su lado bueno
y su parte oscura. Los acontecimientos de su vida no parecen gran
cosa, no hay aventuras ni grandes sucesos, pero es que así es la
vida. Tyler tiene algunas obsesiones muy personales que suele repetir
en sus novelas, como las dificultades matrimoniales, pero nunca se
deja llevar por el sentimentalismo o la grandilocuencia. Como los
realmente grandes autores americanos, su gran novela no es sobre
temas más grandes que la vida, sino tan cotidianos que cualquier
lector puede sentirse identificado.
Una
escena que se repite en Reunión en el restaurante Nostalgia son
precisamente esas comidas familiares que por un motivo u otro nunca
llegan hasta el final. La dificultad para decir la verdad, la
incapacidad casi física para sincerarse con el otro. Ni tan siquiera
son mentiras, porque todo el mundo sabe lo que hay detrás de esa
falta de comunicación. Pero siempre hay una carencia, una
imposibilidad de hacer lo que realmente se quiere. Y sin embargo,
como pasa con la nostalgia, el sentimiento que prevalece no es el de
la decepción, pues en algún momento, quizá tan intrascendente como
el observar un abejorro, se alcanza la percepción de la plenitud.
Editorial
Lumen
Traducción
de Aurora Echevarría
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