El
regreso después de casi quince años de un autor al que hemos
admirado tanto como Milan Kundera provoca sensaciones encontradas en
el lector. Por una parte siempre se recibe con ilusión la noticia de
un nuevo libro de un maestro de la literatura, con esperanzas de que
esté a la altura de sus mejores obras. Pero por otro lado, y más
con el recuerdo de la insatisfacción que causó su anterior novela,
también se produce el temor de que La fiesta de la insignificancia
sea una decepción.
Mientras
se lee el libro, lo cierto es que esta dualidad permanece en cierto
grado. Porque La fiesta de la ignorancia es un libro que se lee con
alegría, en el que se encuentran esos hallazgos deslumbrantes que
caracterizan a Kundera, en el que reconocemos la escritura reposada y
cautivadora del autor. Pero también es pertinente preguntarse si
este libro era necesario, si aporta algo a la obra de su autor.
Y
la respuesta es: qué más da. Sí, porque si nos atenemos a la
“filosofía” del libro, lo importante no es la ambición de
trascendencia, siempre un poco ridícula, sino la comprensión de las
propias limitaciones, el no tomarse los grandes temas demasiado en
serio bajo la amenaza de caer en la pomposidad. Pero, ojo, tampoco
hay que dejarse llevar por la superficialidad. El secreto está en
detectar las cosas que realmente merecen la pena.
Amor,
amistad, familia. Sí, la historia de siempre. La que fue y la que
será. Así se puede disfrutar La fiesta de la insignificancia. Como
un juego íntimo en el que todos nos conocemos, en el que debemos
seguir las reglas, pero solo hasta cierto punto. Y es en ese momento
de transgresión en el que encontramos la verdadera gracia, la de un
autor que ya no necesita demostrar nada a nadie y que confía en unos
lectores igualmente liberados.
Editorial
Tusquets
Traducción
de Beatriz de Moura
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