Dada la
abundancia de libros con temática detectivesca (aunque para algunos
nunca serán suficientes), se diría que lo que menos necesita el
mundo es un volumen titulado Cómo escribir relatos policíacos, pero
si vemos que el autor de dicho “manual” es G. K. Chesterton, la
cosa cambia. Primero porque, como ya dijimos en otra ocasión,
cualquier cosa que haya escrito Chesterton seguro que es
interesante. Pero además es que este libro no solo es útil para el
escritor, sino sobre todo para el lector de literatura de misterio.
Cierto que
Chesterton incluye algunos consejos (más abundantes en lo referente
a lo que no hay que hacer que en normas canónicas), pero lo más
interesante de Cómo escribir relatos policíacos son las
propuestas y las pistas para diferenciar los buenos libros del género
de los malos. Chesterton no es sospechoso de minusvalorar un tipo de
literatura a la que dedicó tanto tiempo (como escritor, con sus
extraordinarios relatos del padre Brown, pero también como lector
inagotable), y a la que consideraba a la altura, si no por encima, de
cualquier otro género, y aquí explica por qué hay que mostrar
respeto tanto a la tradición como al lector.
Con su habitual
tono siempre irónico y repleto de paradojas, Chesterton sorprende al
lector más que si se tratara de un verdadero libro policíaco
gracias a sus inusuales ideas, a sus brillantes descubrimientos, a
sus poco convencionales sugerencias. Por ejemplo, en un par de
artículos propone la idea de dar la vuelta a los clásicos y
convertirlos en novelas de misterio. Así, no sería muy difícil
transformar Hamlet o La abadía de Northanger en sólidas
historias de crímenes. Seguro que alguien ya le ha tomado la idea.
El lector de
Cómo escribir relatos policíacos también sacará provecho
de unas cuantas recomendaciones de libros y aprenderá importantes
lecciones, no para resolver los misterios planteados, sino para
disfrutarlos en toda su extensión y saber discriminar el ingenio de
la impostura. En cuanto al aprendiz de escritor, también podrá
aprovecharse de unas cuantas leyes inquebrantables que quizá se
podrían resumir en: “nunca engañes al lector (con trucos
baratos)” y “no te lo tomes todo en serio (pero escribe como si
la vida te fuera en ello)”.
Editorial
Acantilado
Traducción
de Miguel Temprano García
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