De la misma
manera que Arturo, el protagonista de París D.F., superpone los
mapas de París y Ciudad de México para construir un mundo en el que
los lugares de la memoria y el paisaje urbano se solapan, Roberto Wong ha construido con su primera novela un híbrido en el que las
huellas literarias y la vida se mezclan para configurar un libro
desquiciado y alucinante en el que la realidad es solo un reflejo
apenas recordado.
Entre los
referentes literarios de Wong hay algunos evidentes, como el de la
Nadjia de Breton, pero también otros más ocultos, como
podría ser Mario Levrero. En la escritura de Wong encontramos el
mismo instinto suicida, el mismo mundo inquietante y que se cae a
pedazos, con un protagonista que apenas se esfuerza por permanecer de
pie en las últimas baldosas que todavía le unen con su pasado,
mientras que las perspectivas de construirse una "vida",
ese siempre soñado viaje a París, se transforma en una entelequia
similar a la posibilidad de viajar a Marte.
En su intento
por dotar a su narración de una singularidad expresiva, Wong utiliza
algunos recursos poco habituales en la novela, como el uso del
presente o de la segunda persona, además de intercalar capítulos en
los que el protagonista se adueña del punto de vista, saltos en el
tiempo en los que reína lo confusión o la introducción, a modo de
flash forwards, de personajes en apariencia ajenos a la historia.
Si al inicio de
la novela la historia, pese a la innovaciones señaladas, es más o
menos coherente, según avanza se va haciendo cada vez más compleja.
Paralelamente a la transformación del D.F. en París, el lector, de
la misma manera que Arturo, va perdiendo su ligazón con lo que
sucede a su alrededor y la fantasía, los espejismos y la pérdida de
la conciencia se unen para formar una pesadilla de la que ya será
imposible escapar.
Editorial
Galaxia Gutenberg
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