Criados y
doncellas podría tomarse de primeras como una de esas típicas
historias victorianas (en realidad es eduardiana) cuya referencia
actual más evidente es Downton Abbey, con sus personajes
divididos entre unos señores petulantes y unos sirvientes sumisos,
junto a todo ese juego tan delicioso que los novelistas ingleses tan
bien han sabido exprimir. Pero en realidad Criados y doncellas
es una novela extraordinaria diferente a cualquier otro libro.
Para empezar, el
estilo de Ivy Compton-Burnett, basado en un noventa por ciento en
diálogos, no tiene nada que ver con la tradición novelística
británica. Ni tan siquiera Jane Austen, que se podría considerar su
precedente más obvio, llevó tan lejos en
su radicalidad. Por ejemplo, las escenas se suceden sin solución de
continuidad, sin fundidos, sino sencillos encadenados que hacen que
de una frase a otra pasemos a una situación totalmente diferente sin
advertencia previa.
Y
los diálogos de Compton-Burnett son tan brillantes que a veces
pueden parecer incluso abrumadores. Es como una discusión continua
entre Oscar Wilde y Chesterton. Hasta los niños o los personajes con
una formación más escasa se expresan con una genialidad
deslumbrante. Pese a lo divertida que es, Criados y
doncellas no permite en ningún
momento la relajación: si pierdes la atención por una línea puedes
saltarte un epígrafe memorable.
Otro
elemento curioso de Criados y doncellas
es que, pese a que como decíamos es muy divertida, tiene rasgos de
tragedia, sin caer en la farsa. El señor de la casa es un tacaño inmisericorde que
arruina la infancia de sus hijos. Pero la respuesta de estos no será
precisamente delicada. Tras una primera parte de risas, de repente
estalla una trama que incluye varios intentos de asesinato, por
acción u omisión. Compton-Burnett lo maneja todo con una mezcla de
humor frío y desdén misantrópico, pero, al menos en esta ocasión,
triunfarán los buenos sentimientos.
Editorial
Lumen
Traducción
de Valentina Gómez de Muñoz
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