Hay algunos
libros que parecen llamarnos, como esas copas tentadoras que provocan
al alcohólico, cuyas bajas defensas poco pueden hacer para resistir
la llamada de la felicidad prometida. Y El bar de las grandes esperanzas es uno de esos libros que nos reclaman sin admitir
excusas, y sin que sepamos muy bien por qué. Pero la vida del lector
no está exenta de precedentes en los que una historia parecía
escrita para él, y que sin embargo, una vez despojada de su aura
seductora, de sus brillos más superficiales, acaba por decepcionar.
Al igual que
esas resaca monstruosas que hacen pensar que nunca más, esos libros
tienen el mismo poder persuasivo: ninguno. Por suerte, El bar de
las grandes esperanzas no es uno de esos traidores. Al contrario,
desde las primeras páginas nos damos cuenta de que esta vez nuestro
instinto ha dado en el clavo. Y, a partir de entonces, no hay marcha
atrás. J. R. Moehringer se hará con nuestra voluntad y dependeremos
de él, en quien confiaríamos nuestra propia salud, para que nos
guíe. Sabemos que jamás nos dejaría tirados.
El bar de las
grandes esperanzas, verdadero hogar para Moehringer durante
muchos años y del lector durante unas cuantas horas, no podía tener
un nombre más apropiado que el de Dickens, pues el influjo del genio
inglés está presente en cada página del libro. Y no se trata tan
solo de recrear un ambiente (por ejemplo, la típica niebla
londinense, aquí se manifiesta a través del humo de los cigarrillos
que difuminan la luz del bar), del argumento tan dickensiano del niño
pobre y sin padre, de los personajes excéntricos que dan color a la
historia.
No, El bar
es dickensiano en un sentido más profundo. Se trata de un libro
capaz de hacer reír y llorar casi de manera simultánea, de un libro
sincero y hondo que muestra su superioridad en su sencillez: ni una
gota de retórica, ni una puerta abierta al lucimiento estilístico.
Además de Dickens, otra presencia obvia a lo largo del libro es la
de F. Scott Fitzgerald, y más concretamente de El gran Gatsby.
Como dice el narrador de manera explícita, la gran novela americana es el
Dickens mismo.
Si se tuviera
que resumir el argumento de El bar, se podría decir que es la
historia de cómo un niño se convierte en hombre, la clásica novela
de formación. Solo que El bar no es una novela, sino la
verdadera historia de Moehringer. Pese a lo que pudiera parecer,
tampoco se trata e uno de esos manifiestos viriles, de exaltación
del macho. Todo lo contrario, JR es un muchacho de una especial
sensibilidad, siempre preocupado por todo, más agobiado por la vida
de lo que su edad debiera permitirle.
Pero JR necesita
una figura masculina (o, mejor, muchas). Referentes que le sirvan
para comprender los mecanismos básicos de la vida y que le faciliten
defenderse cuando sea necesario y superar con éxito los retos que
marcan el paso de niño a adulto. Siempre con su madre en mente,
quien le da fuerzas para superar los reveses y mantenerse firme en
su propósito de cuidad de ella, JR tiene que hacer frente a grandes
obstáculos que se interponen en sus grandes objetivos: primero
ingresar en Yale y más tarde trabajar en el New York Times.
Con la energía
que le transmite su madre, la ayuda de diversos personajes que le
abren el mundo y su propio tesón, JR cumplirá sus sueños, pero
solo para comprobar que no todo es tan ideal como se había
imaginado. Porque a JR todavía le queda una lección por aprender,
la más importante de todas, la que finalmente le permitirá dejar
atrás sus rémoras y sus traumas y dar un paso al frente: que lo
peor de todo es la desilusión, y que aprender a convivir con ella y
a mirar de cara a la vida es la única manera de ser todo un hombre.
Editorial
Duomo
Traducción
de Juanjo Estrella
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