martes, 6 de octubre de 2015

Lo que arraiga en el hueso, de Robertson Davies


Aunque fuera la primera vez que nos acercáramos a Robertson Davies, ni tan siquiera sería necesario llegar al final de Lo que arraiga en el hueso para hacer la constatación: Davies es un novelista nato, dotado de un talento tan abrumador que hace que a su lado gran parte de la narrativa contemporánea se empequeñezca. Porque le llamamos contemporáneo, pero es uno de esos autores clásicos que firma libros atemporales.

Si utilizáramos una oportuna comparación con la pintura, enfrentados a la obra de Davies la mayoría de los libros considerados como obras maestras del siglo XX empezarían a valorarse como esos cuadros de vanguardia que vemos en museos con un poco de rechufla y que como mucho alcanzan la condición de decorativos. Pero, señores y señoras, con Davies tenemos que hablar en serio. Esto sí es literatura.

Lo que hace aún más sorprendente que hasta la recuperación por Libros del Asteroide de su obra, Davies permaneciera totalmente inédito en España. Después de todo, en la reseña biográfica que acompaña sus libros se dice que fue un autor “mundialmente famoso”, lo que parece indicar de nuevo la particularidad ibérica. ¿Cómo es posible que un autor de la categoría de Davies, cuya importancia salta a la vista de cualquier lector mínimamente sensible, haya permanecido todo este tiempo vetado a los lectores en español?




Como apuntábamos, Lo que arraiga en el hueso sería suficiente para otorgar a Davies un lugar de honor en la literatura del siglo XX. Aunque es la continuación de Ángeles rebeldes, en realidad es totalmente independiente y solo en su prólogo se explicita la continuidad. Esta vez la narración se centra en la biografía de Francis Cornish, ese excéntrico filántropo de extraño olor, al que ahora conoceremos desde antes de su concepción hasta su final. Un recorrido exhaustivo (sobre todo de sus primeros años) que, sin embargo, mantendrá el misterio.

Espejos, insinuaciones, coincidencias: material del que está formado la existencia y que pueden ayudarnos a intentar comprender a una persona, pero jamás a completar el retrato. Cornish, con toda la pesada carga de su herencia (y he aquí uno de los temas claves del relato) tratará de ser él, pero no conseguirá serlo de manera independiente, no ya por estar condicionado por los demás, sino porque hay tantas personas en su interior que es difícil alcanzar a algo tan simplista como el propio ser.

Con su erudición natural, su humor tímido o sus obsesiones particulares (en esta ocasión el disparate al que se dedica Davies, como en otras fue el psicoanálisis o la hagiografía, es el horóscopo), con su capacidad para tratar grande temas con seriedad pero sin solemnidad, con su habilidad para marcarse cincuenta páginas de elucubraciones teóricas y después otras tantas al más puro estilo de novela de espías, y en ambos casos lograr mantener rendido al lector, Davies demuestra un virtuosismo más allá de la exhibición narrativa.

Porque Davies es un novelista tan sólido en su arquitectura como capaz de introducir pequeñas variaciones que derriban cualquier previsibilidad. Quizá la primera parte se alarga demasiado mientras que el final se acelera, pero el conjunto de la novela permanece equilibrado. Los detalles están tan cuidados, las consecuencias de la menor acción tan bien previstas, que un elemento distorsionador (la muerte de uno de los personajes clave de la novela mucho antes de su última aparición) tiene que ser interpretado más como un reto que como un error.

Editorial Libros del Asteroide

Traducción de Concha Cardeñoso

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