Recuerdos de un pasado que se desvanece es uno de esos libros (“autobiográficos”)
en los que apenas hay trama novelística. Aidan Higgins no se
preocupa de construir tramas ni de desarrollar un argumento que se
pueda seguir de principio a fin. Al contrario, la construcción se
basa en breves escenas, a menudo en sencillas imágenes del pasado
que el autor actual rememora con mucho más de poesía que de
narración.
El problema de
este tipo de evocaciones es que resulta muy complicado mantener la
atención del lector durante trescientas páginas sin que tenga un
relato al que agarrarse. Pero Higgins supera este escollo a través
de la confesión, del dibujo de la formación de su protagonista, ese
Dan al que conocemos desde sus primeros balbuceos y al que vemos
entrar en la edad adulta sin que haya sido capaz de desprenderse por
completo de su desconcierto.
En muchos
momentos Recuerdos de un pasado recuerda a las películas de
Terence Davies, esos líricos y emocionantes recuerdos de infancia en
los que el sabor de una época se recupera a través de pequeños
detalles, de días luminosos y tormentas imprevistas. Un paseo por el
campo o una canción popular sirven para describir a la vez el
ambiente y la personalidad, el grupo y el individuo, lo general y lo
particular.
En otras
ocasiones es inevitable pensar en Perec. Las listas de ídolos, de
nombres, el cuidado con el que se traen al presente las sensaciones
pretéritas. Higgins escribió otros libros plenamente
autobiográficos, pero ya en estos Recuerdos probó a
trasladar a un libro sus emociones más íntimas y lo hizo con un
estilo personal y complejo, en el que tiempos y sensaciones se
mezclan de manera fluida, como si la magia de la literatura fuera
capaz de deshacer la inevitabilidad de la entropía.
Editorial
Periférica
Traducción
de Carmen Torres García
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