Como sucede a veces en el
arte moderno (pocas veces, es cierto) en Buscando a Mies lo que
empieza pareciendo un juego infantil se convierte en una genialidad.
A partir de una fotografía del magistral arquitecto Mies van der
Rohe, Ricardo Daza se sumerge en una investigación en apariencia
fútil para averiguar en qué lugar exacto tomó Bill Engdahl esa
fotografía. La identificación del edificio será cosa fácil, pero
¿dónde está exactamente Mies?
A partir de entonces el
lector también se verá atrapado, incluso contra su voluntad, en
este juego de precisión y descartes. Si la obra de Mies se
caracterizaba por su meticulosidad, por no dejar nada al azar, por un
diseño invisible que escondía detrás de su aparente
sencillez una complejidad al alcance de muy pocos, Daza traslada este
perfeccionismo a su relato. Un simple detalle, una sombra, puede ser
la pista necesaria definitiva para desvelar el misterio.
Como en Las babas del
diablo (o, sinceramente, en Blowup), el lector comienza a
obsesionarse por esa fotografía intrascendente de significados
ocultos. En ¿Quién teme al Bauhaus feroz? Tom Wolfe se burlaba de
los arquitectos del estilo internacional y no ahorraba a Mies ninguna
de sus chanzas. Si hasta un autor del calibre de Wolfe pudo caer en
estas descalificaciones gratuitas es porque el arte de Mies es
misterioso, dueño de un secreto que no se manifiesta a primera
vista. Daza demuestra que cuando se busca con seriedad, la clave es
finalmente revelada.
Una vez situado Mies, Daza
continúa con sus pesquisas: ¿qué mira Mies? De nuevo nos
sorprendemos con ingeniosísimos medios de investigación que nos
llevarán a un emocionante desenlace. Normalmente cuando se dice que
un ensayo se lee como “una novela de misterio” es mejor
prepararse para farragosos textos o fallidos pastiches, pero en el
caso de Buscando a Mies nos encontramos realmente ante una obra
deslumbrante y sagaz.
Editorial
Actar
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