Seguramente la sociedad
inglesa no sea más clasista que cualquier otra, pero su obsesión
por el tema (que, mezclado con otra de las características más
marcadas del “inglés”, el humor, ha convertido el asunto en
motivo de innumerables bromas y parodias), y la persistencia de
signos externos (desde el acento, que marca de manera inconfundible
el origen, hasta la forma de vestir, nunca imitada con total éxito),
convierten este aparente anacronismo en un argumento candente. Pero,
en cualquier caso, aunque sería absurdo negar que El empleado se
ocupa en parte de esta materia (ya desde el título queda claro),
esta novela de L. P. Hartley es mucho más.
De hecho, la mente del
lector, mientras transita por las páginas de El empleado, no puede
dejar de funcionar a toda máquina sin quiere quedarse tirado a medio
camino. Las lecturas no es que sean múltiples, es que parecen
infinitas. La novela se puede interpretar como la historia sobre
clasismo que hemos comentado, pero también como una muestra de laa
diferentes sensibilidades según el sexo, como una parábola sobre el
poder del arte para despertar del letargo, como una historia de amor,
como un relato de formación...
Pero lo mejor de todo es
que Hartley nunca cae en la obra de tesis: todo esto que decíamos
atañe a la labor complementaria del lector: como en el mejor Henry
James (y aseguramos que El empleado está a la altura del mejor Henry
James), el texto solo es una pequeña parte de la historia. Pero lo
mejor, decíamos, es que el libro también es un magistral volumen
sobre el arte de narrar. Y no usamos “magistral” con el sentido
devaluado con el que ya se llama “genial” a cualquier ocurrencia,
sino que El empleado sirve tanto para pasar un estupendo rato de ocio
como para aprender de qué manera se debe escribir una novela.
Desde la descripción de
los personajes, cuya esencia se capta en unos pocos apuntes, hasta su
desarrollo, nunca previsible y sin embargo coherente, pasando por la
estudiadísima pero invisible construcción de la estructura, Hartley
no deja de sorprender y de causar admiración. Incluso sus trucos,
que también los tiene, se insertan en la historia de una manera
natural: ha conseguido embaucar al lector de tal modo que le deja
indefenso ante el poder de la narración.
Editorial
Pre-Textos
Traducción
de Mariano Peyrou
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