Para un aficionado a la
lectura hay pocas experiencias más satisfactorias que descubrir a un
autor prometedor, seguir su trayectoria y asistir a su consagración
como escritor (aunque, por complicaciones psicológicas inherentes al
ser humano, no es inhabitual que, una vez alcanzado el reconocimiento
general, el admirador de primera hora reniegue de “su” autor
debido a pintorescas justificaciones). El caso de Irène Némirovsky
es totalmente inusual, y entre sus peculiaridades no es la menor que
conociéramos primero su obra maestra, Suite francesa, que también
fue su último libro, antes de ser capaces apreciar su evolución.
Gracias a la labor de
Salamandra en los últimos años hemos podido acceder a la
bibliografía de Némirovsky y reconstruir su historia editorial.
Tiene interés por sí mismo el poder rastrear los motivos de la
“autora”, investigar sus métodos de creación, rastrear sus
obsesiones y sus marcas de estilo. Pero sin duda lo más importante
es poder disfrutar de sus novelas, unos libros quizá de tono menor,
sobre todo teniendo en mente la grandeza de Suite francesa, pero que
siempre tienen algo que los hace muy apreciables.
En Los perros y los lobos,
la última novela que Némirovsky vio publicada, nos encontramos con
uno de los grandes temas de toda su obra, la difícil asimilación de
los judíos en Europa occidental. Una vez más, Némirovsky muestra
una ambivalencia hacia su propio pueblo de una complejidad que no
admite análisis categóricos. Hay algo de desprecio, y mucho de
compasión; hay rechazo, pero también reconocimiento de la propia
identidad; hay rabia y dolor, pero al final se impone la aceptación
de la pertenencia.
En cualquier caso, Los
perros y los lobos, que no podemos leer ajenos a su contexto, es
también una peculiar historia de amor, aunque quizá sería mejor
hablar de ilusión. Un contraste entre lo que se es y lo que se
pretende ser, un juego de niños llevado a la práctica de manera
inconsciente y con consecuencias en apariencia terribles, pero que
quizá, en el fondo, tengan pleno sentido. Es curioso que la
protagonista del libro sea una pintora cuya obra recuerda
instintivamente a la de Chagall. No hay dos artistas más opuestos en
apariencia a Némirovsky y Chagall, pero lo que tienen en común es
algo mucho más profundo que las apariencias.
Editorial
Salamandra
Traducción
de José Antonio Soriano Marco
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