Samuel Beckett es uno de los escritores más influyentes del siglo XX, lo
que es solo una más de las múltiples paradojas de su obra. Porque
pocos autores habrá más singulares, en apariencia inimitables, y
además tan radicales y destructivos: sus libros más invitarían a
la extinción que a la fertilidad. Y sin embargo, los años 50 y 60
se vieron atravesados por una oleada de beckettianos, y
todavía hoy en día sigue teniendo ilustres continuadores (como se
hace evidente, por ejemplo, en la escritura de Paul Auster). Quizá
todo se deba a que Beckett supo expresar como nadie un sentimiento
muy extendido, el nihilismo posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Quizá todo fue un malentendido.
También
es extraño que tengamos a Beckett por un referente, que su estilo,
su esencialidad, su broma permanente nos fascine, y cuando nos
ponemos a leerlo, se nos hace tan cuesta arriba. Es practicamente
imposible mantener una lectura serena y completa de sus libros, y no únicamente por sus características reiteraciones o por sus caídas
en lo absurdo (aquí, más que nunca, el tópico es totalmente
cierto). Hay en la escritura de Beckett una aspereza, una
misantropía, que convierte el acto de la lectura en un desafío tan
exigente que se convierte casi en físico. Hasta el cerebro suda.
En
El innombrable, última parte de la trilogía completada por Molloy y
Malone muere, Beckett lleva su apuesta al límite. El autor se
desprende de cualquier arraigo con lo que se entiende por realidad,
todo sucede en la mente del escritor, quizá del escritor que escribe
sobre un escritor, aunque es válida la sospecha de que quien escribe
no existe, y por eso se hace tan complicado escribir. Todo así de
clarito. Es como esos autores que dedican cientos de páginas a
explicar que es imposible hacerse entender. O los solipsistas que
buscan a otros como ellos. Un libro sobre la imposibilidad de
escribir libros.
O
vaya a saber qué. Beckett esencial. Una desesperanza ontológica,
una búsqueda sin objeto, un descenso interior que conduce al vacío.
Un torrente de palabras que impiden el paso al lector, pero que al
tiempo le acribillan a cuestiones y retos. Y, todo ello, como también
es típico en Beckett, expresado con un humor loco y descarado, que
ni tan siquiera es una vía de escape ante el sinsentido, sino una
manifestación más de esa lucha por encontrar una realidad a la que
aferrarse, un duelo que se sabe perdido desde el principio, pero por
el que merece la pena batirse. Total, no nos queda otra.
Alianza
Editorial
Traducción
de Rafael Santos Torroella
En narrativa, también demostró no ya maestría, sino genialidad, basada en audaz y silencioso atrevimiento. Otra obra maestra y quizá no suficientemente conocida
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