En
el sempiterno debate entre fondo y forma hay un factor que no se
suele tener en cuenta: la verdad. Quizá sea porque se trata de un
concepto difícil de definir, pero que se detecta a la primera. Por
ejemplo, la historia de Silas Marner podría ajustarse perfectamente
a los cánones del folletín: un avaro resentido, una niña
abandonada, un joven adinerado e irresponsable... Todos los elementos
del conflicto están ahí, pero con esos ingredientes se puede cocinar un
melodrama lacrimógeno o una emocionante historia que conmueve por su
pureza.
George Eliot, que podría dar lecciones sobre la verdad en la novela, se
ganó gran parte de su reputación por su profundidad casi filosófica
y por su manera de sacar partido a detalles de apariencia
intrascendente y convertirlos en afinados retratos de personajes.
Pero en Silas Marner demostró que también puede narrar una historia
humana, en la que se mezclan los más bajos instintos y la bondad
desinteresada, sin tener que recurrir a los grandes principios.
Así,
en la famosa escena en la que Marner confunde los rubios cabellos de
la niña con su oro perdido, se encuentra la esencia de su estilo. De
manera sutil, introduce en la narración el más puro sentimiento de
cordialidad y la redención. Para expresar una trasformación en la
que otros autores hubieran gastado páginas de explicaciones y
seguramente algunos desvaríos sentimentaloides, a Eliot le es
suficiente un párrafo de emoción reconcentrada. Y de igual manera
que cuando en un cuadro de repente encontramos una revelación, aquí,
a través de las palabras, nos golpea el restallido de la verdad.
Es
cierto que en algunos momentos la autora se deja llevar por la
querencia victoriana por el moralismo, permitiéndose incluso romper
el ritmo del relato para expresar un punto de vista ajeno a la
historia. Pero son pequeños meandros que no afectan al desarrollo
fluido de los acontecimientos. Son los personajes, perfectamente
descritos y con caracteres bien definidos, los que crean su propio
destino, los que se imponen a las convenciones en su búsqueda de la
felicidad. Y no hay normas sociales ni prescripciones literarias que
les impidan alcanzar su plenitud.
Editorial
Valdemar
Traducción
de Ana d'Aumonville Alegría
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