martes, 16 de septiembre de 2014

Silas Marner, de George Eliot


En el sempiterno debate entre fondo y forma hay un factor que no se suele tener en cuenta: la verdad. Quizá sea porque se trata de un concepto difícil de definir, pero que se detecta a la primera. Por ejemplo, la historia de Silas Marner podría ajustarse perfectamente a los cánones del folletín: un avaro resentido, una niña abandonada, un joven adinerado e irresponsable... Todos los elementos del conflicto están ahí, pero con esos ingredientes se puede cocinar un melodrama lacrimógeno o una emocionante historia que conmueve por su pureza.

George Eliot, que podría dar lecciones sobre la verdad en la novela, se ganó gran parte de su reputación por su profundidad casi filosófica y por su manera de sacar partido a detalles de apariencia intrascendente y convertirlos en afinados retratos de personajes. Pero en Silas Marner demostró que también puede narrar una historia humana, en la que se mezclan los más bajos instintos y la bondad desinteresada, sin tener que recurrir a los grandes principios.




Así, en la famosa escena en la que Marner confunde los rubios cabellos de la niña con su oro perdido, se encuentra la esencia de su estilo. De manera sutil, introduce en la narración el más puro sentimiento de cordialidad y la redención. Para expresar una trasformación en la que otros autores hubieran gastado páginas de explicaciones y seguramente algunos desvaríos sentimentaloides, a Eliot le es suficiente un párrafo de emoción reconcentrada. Y de igual manera que cuando en un cuadro de repente encontramos una revelación, aquí, a través de las palabras, nos golpea el restallido de la verdad.

Es cierto que en algunos momentos la autora se deja llevar por la querencia victoriana por el moralismo, permitiéndose incluso romper el ritmo del relato para expresar un punto de vista ajeno a la historia. Pero son pequeños meandros que no afectan al desarrollo fluido de los acontecimientos. Son los personajes, perfectamente descritos y con caracteres bien definidos, los que crean su propio destino, los que se imponen a las convenciones en su búsqueda de la felicidad. Y no hay normas sociales ni prescripciones literarias que les impidan alcanzar su plenitud.

Editorial Valdemar
Traducción de Ana d'Aumonville Alegría

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