lunes, 8 de septiembre de 2014

El jardín de la pólvora, de Andrés Trapiello


Como cada año, para nosotros la rentrée comienza con la lectura de uno de los tomos de los diarios de Andrés Trapiello, en este caso El jardín de la pólvora. Es cierto que al pasear por sus páginas vamos de disgusto en disgusto en lo que concierne al mundillo literario, un círculo al parecer formado por una ralea de forajidos y sinvergüenzas a los que tenemos el gusto de no conocer. Pero lo que nos gusta tanto de estos libros es que aquí también encontramos lo mejor de la literatura, que es cuando lo novelesco deja paso a la experiencia, cuando se produce esa extraña destilación que hace que nos olvidemos de cualquier artificiosidad para dejarnos llevar por la corriente de la vida.

Es cierto que Trapiello parece un poco ciclotímico y apenas podemos seguir su ritmo entre la evocación de la naturaleza y de las pequeñas alegrías cotidianas y su furia contra todo lo que hace del mundo un lugar hostil y feo, pero es que en unas cuantas horas de lecturas pasamos por todos los vaivenes que normalmente vivimos a lo largo de todo un año. Y esa concentración de estímulos y bajones confieren al rito de la lectura de este Salón de pasos perdidos un carácter especial, una adicción que cualquier aficionado a los diarios de Trapiello sabe que no podrá abandonar ni con una cura extrema de desintoxicación.




Esta peculiar modulación de tonos también se da en las aventuras en las que se embarca el autor. Tan pronto nos encontramos con el amo de casa que va a hacer la compra, como con el escritor que es recibido por el presidente de la República Oriental del Uruguay. Pero lo que hace singular el estilo de Trapiello, y tan alejado de esos pomposos literatos al uso, es que describe el ir a la compra como un momento épico y la recepción presidencial como un engorro. Y siempre con retranca, con tanta gracia como distanciamiento. Porque solo situándose él mismo en una posición de ridículo puede hacer que todo lo que nos cuenta, en lugar de indignante, cobre la apariencia de farsa.

A veces nos asalta la duda de si no habremos leído ya este tomo, pues algunas de las historias que cuenta nos son muy familiares. Pero no nos molesta la reiteración, es más, lo celebramos. Es como un concierto con algunos grandes éxitos que no podían faltar (las visitas al Rastro, las conferencias desoladas, los viajes familiares, las X. reincidentes), pero con un cogollo de nuevos temas que pasarán a las antologías, como el accidente de tráfico en el que se topa con un guardia civil aficionado a las letras, el tour de Francia en coche o la tournée por Buenos Aires y Montevideo. Y, entre medias, todo lo que es importante.

Editorial Pre-Textos

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