Hay
libros que todos nos sabemos, pero que alguien tiene que escribir.
Durante la lectura incluso tenemos la sensación de que su valor
crecerá con el tiempo, que quizá estemos demasiado pegados a lo que
se narra para apreciarlo en todo su alcance. Testimonios de una época
que permanecerán como el retrato de una sociedad en declive. Así
nos verán en el futuro. En estos casos, el autor, por muy personal
que sea, se transforma en una especie de médium, el instrumento
elegido por el espíritu del tiempo para que deje constancia de lo
que está pasando.
Y
pese a esta sensación de que estamos ante noticias del periódico de
ayer, Rafael Chirbes consigue sorprender. En lugar de utilizar un
naturalismo meramente descriptivo, en En la orilla Chirbes hace uso
de un estilo casi alucinado, como si lo que estuviera contando su
protagonista fuera una pesadilla. No hay linealidad, ni desarrollo de
personajes. Se trata de una visión deformada, como si el narrador
estuviera agonizando y lo que cuenta fueran los restos del naufragio.
En
este sentido, aunque Chirbes proclama su admiración por Galdós, se
situaría más cerca de un autor como Faulkner. Sus propuestas
estilísticas son complejas, espantan al lector pasivo. Se trata de
largos monólogos interiores sin posibilidad de escape, una deriva
continua que manifiesta a través de la forma una decadencia moral.
No hay espacio para relajarse, para tan siquiera atisbar alguna vía
de esperanza. Desde luego, aquí no se encontrarán brotes verdes.
Para
explicar este presente, Chirbes tiene que mirar hacia el pasado. Por
supuesto no faltan las referencias a la Guerra Civil, y también la
transición tiene su peso, más que simbólico. También el espacio
elegido tiene su importancia. Aunque la intención de Chirbes sea más
amplia, Valencia se ha convertido en un lugar que refleja todo lo
peor que le ha sucedido a este país en los últimos años, y aquí
nos encontramos con un paisaje que es el de la derrota, el final del
camino.
Editorial
Anagrama
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