Aunque
cada uno de los nueve cuentos que forman Lluvia de hielo transcurre
en un lugar diferente y sus protagonistas tienen caracteres muy
diversos, es precisamente esta transitoriedad la que da unidad al
libro. Todos sus personajes se mueven como desplazados, incluso
cuando simplemente están de vacaciones parecen sufrir un exilio. En
todo momento y situación están fuera de lugar, buscando un objetivo
inconcreto que, además, cuando se halla es dejado atrás sin más
explicaciones.
El
estilo de Peter Stamm es elusivo, tan parco que algunos de sus
relatos ocupan apenas un par de páginas, lo que no impide que su
capacidad para sugerir sea profusa. Como en los mejores cuentos
modernos, lo que se cuenta es solo la superficie de una historia
mucho más profunda, con unas implicaciones que el lector solo
llegará a vislumbrar, sin poder llegar a más certezas de las que su
intuición le permita. De esta manera el subtexto cobra una
relevancia no ya complementaria, sino que es la principal herramienta
del autor.
La
expresión de los sentimientos también se contagia de esta misma
sequedad. Desde En la laguna de hielo, relato que abre el libro, nos
acostumbraremos a una narración en la que los sucesos más terribles
son narrados con absoluta frialdad, como si ese clima gélido que
atraviesa todo el libro afectara también a la manera de expresarse.
Y así llegamos al último cuento, que da título a la colección.
Imposible empatizar con sus protagonistas, ni tan siquiera llegamos a
comprender del todo sus motivaciones y sus actos.
Como
en el relato muy expresivamente titulado A la deriva, tenemos la
impresión de que los personajes creados por Stamm se mueven por
inercia, siembre cayendo, ni tan siquiera empujados por la depresión,
sino sencillamente desencantados, sin el impulso vital necesario para
seguir luchando. Han quedado congelados, sin expectativas ni
capacidad de reacción. Al final, volverán al mismo punto de
partida. Y así, el lector, queda impactado no por la desolación
manifestada en rebeldía e ira, sino por la falta misma de espíritu.
Editorial
Acantilado
Traducción
de María Esperanza Romero
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