Tristram Shandy es un libro único, y sin embargo desde su aparición ha
ejercido una influencia que llega a nuestros días. Ya Diderot usó
el libro de Laurence Sterne como inspiración para su Jacques el
fatalista, y desde entonces innumerables autores se han servido de
esta anti-novela como modelo sobre el que construir los más
iconoclastas artefactos literarios (incluso la posmodernidad tiene
sus clásicos). En los últimos años también hemos disfrutado de
algunos intentos de trasladar el libro al cine, como en la muy
divertida adaptación de Michael Winterbottom, y ahora al cómic, de
la mano de Martin Rowson.
Uno
de los motivos que explican este fecundo trasvase creativo está en
las posibilidades de apropiación que permite un libro tan abierto
como Tristram Shandy. Cada lector puede hacer suya esta historia, y
cada autor puede aprovechar de este inagotable caladero los temas y
obsesiones más personales. También la puerta abierta a divagar
sobre el proceso creativo deja un ancho campo para la
investigación, la reflexión sobre uno de los temas que más han
ocupado a los artistas modernos: el proceso mismo por el que una idea
cobra forma material.
Pero
estas consideraciones elaboradas y complejas también tiene su lado
más ligero: Tristram Shandy es un libro enormemente divertido, tan
repleto de ingenio y de ocurrencias que su capacidad para sorprender
y provocar carcajadas no se acaba nunca. Rowson ha sido capaz de
seleccionar los episodios que más se aproximan a sus propias
inquietudes y ha logrado resumir de manera magnífica un extenso
libro en un tebeo de 175 páginas y a la vez aportar su propio y
disparatado punto de vista.
Y
es precisamente cuando Rowson se aleja más del original cuando más
nos gusta. Por ejemplo, sus dibujos a imitación de grabados de
Durero o Hogarth, o cuando convierte a Tristram en un personaje de
Chandler o Martin Amis. En cualquier caso, el trabajo de Rowson es
abrumador, con un cuidado por los detalles que convierte cada viñeta
en un puzzle lleno de detalles que exigen la máxima atención. Al
final del camino el lector puede llegar agotado, pero el esfuerzo
habrá merecido la pena.
Editorial
Impedimenta
Traducción
de Juan Gabriel López Guix
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